Hay tantas comedias como cómicos, pero sólo unos pocos tienen el privilegio de tener un estilo propio hasta el punto de ser un subgénero en sí mismo. Uno de ellos fue Jerry Lewis, que falleció ayer en su casa de Las Vegas a los 91 años de edad.
Joseph Levitch nació en Newark (Nueva Jersey) el 16 de marzo de 1926 y subió todos los peldaños del mundo del espectáculo estadounidense. Con cinco años ya tenía metido el veneno de los escenarios en el cuerpo. A los 20 años ya estaba dando guerra junto a Dean Martin, pero ya se intuía que él era un cómico distinto, con un punto naíf, disparatado y, sobre todo, muy libre porque Lewis metabolizó la comedia tal y como se entendía hasta convertirse él mismo en un subgénero.
Con Martin debutó en 500 Club de Atlantic City. Su espectáculo no era corriente. Lejos de ser una sucesión de chistes tomaron prestado de Charles Chaplin, El Gordo y El Flaco, y Buster Keaton el salpstick — en la que se mostraban burlonamente escenas de violencia física— y revitalizaron el género de variedades.
En 1948 la televisión llamó a su puerta de la mano de Ed Sullivan. Luego llegó el cine, en el que interpretaron 18 películas que se ganaron los favores del público. Parecían la pareja perfecta. Y lo eran, porque se complementaban, pero fuera de los focos empezó una lucha de egos que quebró su unión en 1956.
Lewis empezó a caminar solo. Compaginó con acierto la televisión, el cine y sus espectáculos en Las Vegas. Su crecimiento artístico era directamente proporcional al desarrollo de su ego. Protagonizó Delicado delincuente (1957), Yo soy el padre y la madre (1958) y Lío en los grandes almacenes (1963), entre otras. Ya había perfilado definitivamente su propio personaje: un chico no muy bien parecido, algo ingenuo, que si triunfaba en el amor era gracias a su ternura.
En 1960 decidió dar un paso más, uno de los más importantes de su carrera, ya que fue el director y guionista de El botones. El propio Chaplin le felicitó. Sin complejos, ese mismo año interpretó a un extraterrestre en la película del mismo título. Tres años después llegó el mayor éxito de su carrera, El profesor chiflado, que también dirigió. El filme recaudó una fortuna para la época: 19 millones de dólares. En ella, ofreció todo su repertorio: una gestualidad hiperdesarrollada, unos movimientos corporales que lo hacían parecer un hombre de goma.
La cruz de la fortuna que por entonces le acompañó empezó a manifestarse. El público se estaba cansando de su estilo o eso parecía, ya que la taquilla empezó a flaquear. Volvió a la televisión con El show de Jerry Lewis.
Una fecha importante para él fue 1966, ya que organizó el primer telemaratón benéfico cuyos ingresos fueron destinados a la Asociación de la Distrofia Muscular. Recaudó un millón de dólares. Su labor por los más necesitados tuvo una consecuencia inesperada: en 1977 fue nominado al Premio Nobel de la Paz.
Como la mayoría de los cómicos, Lewis también tenía sus demonios interiores. Entre ellos la alta estima que tenía de si mismo, que le convirtió en un personaje muy controvertido. El cine y el mundo del espectáculo estaba cambiando y él no era capaz de seguir el ritmo. Su carrera siguió pero ya en el teatro, en Broadway. En 2003 prestó su voz a un personaje episódico en Los Simpson. Seguía en su mente El profesor chiflado.