La casa de Jack, Lars von Trier sobre su propio cine

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El director danés Lars von Trier, precursor de uno de los movimientos fílmicos más influyentes y llamativos de finales del siglo pasado, denominado como Dogma 95, es conocido tanto por su enorme capacidad técnica y sus atrevimientos en la exploración del lenguaje para la pantalla grande -que han resultado en joyas como Dogville (2003)-, como por los efectismos a los que suele recurrir para atraer, provocar y sorprender al público menos especializado.

Sin embargo, sus excesivas pretensiones nunca fueron tan convenientes como en esta ocasión en que utilizando el trayecto de 12 años de un asesino serial empezando en la década de los 70s, ofrece una obra de autoexposición no exenta de ciertos toques de ironía de la más malintencionada, que reflexiona sobre la naturaleza del artista y cuestiona sus motivaciones, mientras desarrolla un discurso acerca de la belleza y la violencia del acto creativo. Se trata de la cinta La casa de Jack.

Con una organicidad depurada, que contrasta con lo sofisticado de algunos de los planteamientos, la propuesta salta con toda la naturalidad del mundo, entre géneros y referencias, que van desde las que hacen una conexión directa con el resto de su filmografía, hasta las que incluso se convierten en la principal materia prima de los más envolventes e inquietantes momentos del relato, como la obsesión de orden y pulcritud que hace presa del protagonista y que nos recuerda al del intenso escrito de Ray Bradbury titulado La Fruta al fondo del tazón, de hecho detona una secuencia que en su sentido básico es prácticamente la misma, solo que aquí es una pieza más de un mosaico mayor que va decantando su patología.

Por supuesto, como también es usual en su cine, los actores -desde Matt Dillon a Uma Thurman, quien tiene una breve participación al principio- son aprovechados al máximo, a través de roles que sin dispararse de sus perfiles les representan un reto de enfoque y control emocional, en medio de situaciones que alcanzan niveles de brutalidad extrema, como en el caso del despiadado picnic incluido que por cierto, luce una manufactura apabullante.

Estrenada en el pasado Festival de Cannes y proyectada recientemente dentro del programa de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, es cierto que al final La casa de Jack cae en cierto regodeo y empuja hacia una grandilocuencia forzada, pero está vez eso no demerita en lo más mínimo lo que se presenta como la obra de un director en plena lucidez y que con toda alevosía y ventaja, sabe envolver al espectador para confrontarlo y llevarlo por caminos tan retorcidos como interesantes. No es para todas las sensibilidades, pero resulta un bocado delicioso para los paladares cinéfilos que buscan mas que entretenimiento.

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