Joan Manuel Serrat se despide de México con recital en el Auditorio Nacional

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Con un prólogo instrumental en que las citas melódicas de las canciones del disco Mediterráneo (Ariola, BMG, 1971) se interpolaban, comenzó ayer sábado 23 de febrero en el Auditorio Nacional, la última presentación de la gira Mediterráneo. Da Capo de Joan Manuel Serrat por México. Los acordes teñían de añoranza los reflejos de la noche. El intérprete catalán entraba al tablado guitarra en mano, con el clamor de los versos marítimos de “Quizás porque mi niñez / sigue jugando en tu playa / y escondido entre las cañas /duerme mi primer amor, / llevo tu luz y tu olor / por donde quiera que vaya. // Qué le voy a hacer, si yo / nací en el Mediterráneo”.

Ovación cerrada. “Gracias por venir a acompañarnos a esta vuelta al inicio. Cuarenta y ocho años no es una cifra redonda, me han dicho que era mejor esperar  hasta el 2021 para celebrar los 50 años de la aparición del disco Mediterráneo. No tengo el cuerpo para esperar. Hay que hacer las cosas por anticipado, por si acaso. Les aconsejo que cuando quieran hacer algo, pues háganlo: el tiempo nos acosa siempre, no puede ser limitante; al contrario, es nuestro cómplice. ¡Andiamo. Da Capo!”, señaló el catalán más querido del mundo, Joan Manuel Serrat.

Y empezó la gala. Ricardo Miralles (piano, dirección, arreglos), José Mas Kitflus (teclados y programaciones), David Palau (guitarras), Uixi Amargos (viola), Vicente Climent (batería) y Tomas Merlo (bajo eléctrico, contrabajo) dibujan los armónicos de “Qué va a ser de ti” y una escolta de 10 mil voces sigue la custodia de la muchacha que salió un lunes con sus cosas en un hatillo cantando quiero ser feliz. “Qué va a ser de ti lejos de casa / Nena qué va a ser de ti”.

“Vagabundear” como un cometa de caña y de papel porque es hermoso partir sin decir adiós. Las figuraciones flamencas se explayan: la viola dialoga con la guitarra y el piano merodea sobre la ondulación rítmica. La voz incitante de Serrat teje los versos: “No me siento extranjero en ningún lugar. / Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar”. // La añoranza es un puerto: la viola encalla y abejea  una brizna de conformes en la playa donde un niño juega con el tiempo fugándose feliz en un “Barquito de papel”. Sí, la nostalgia es una dársena. Serrat lo sabe bien.

“Pueblo blanco”  colgado de un barranco, bajo un cielo que a fuerza de no ver nunca el mar se olvidó de llorar: Serrat deletrea las pausas y las lágrimas se asoman en los ojos de más de uno de los asistentes. Silencio anochecido: frondas en los pulsos del contrabajo. // “Alberto no era mi tío, rico industrial de Barcelona, mecenas que quizás inspiró la canción”, explica el vocalista español y entran los afines del hermoso vals “Tío Alberto”, que la viola dilucida en complicidad con el piano. Serrat baila en el escenario y modula sobre las compases: “Gitano o payo pudo ser / O un aristócrata que ayer / Perdió su cetro de oro y su corona / Camina sobre el bien y el mal / Con la cadencia de su vals / Mitad juicio y mitad mueca / Tío Alberto”·

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Insisto, la melancolía es un fondeadero: ayer sábado la poesía inundó la noche y la luna coqueteó con los esplendores. “La mujer que yo quiero”: más verdad que el pan y la tierra y “Lucía”: mujer que vuela en la canción en “La más bella historia de amor / que tuve y tendré”. La viola subraya la obstinada llovizna melódica de uno de los temas más sublimes del cancionero hispano: “Si alguna vez fui sabio de amores / lo aprendí en tu labios cantores”. Otra vez el silencio en el Coloso de Reforma. Otra vez los pañuelos se humedecen. Serrat es un piadoso provocador.

León Felipe musicalizado por el catalán: “Vencidos”, estrofas que rinden tributo a Don Quijote: la estancia se hace manchega. Amoroso batallar, las cortinas se descorren. Ronda en recurrentes e incitantes tabaleos percutivos. / “Aquellas pequeñas cosas” que nunca mata el tiempo que como un ladrón acechan detrás de la puerta y siempre te tienen a su merced como hojas muertas y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve. Serrat sabe que muchos estamos llorando refugiados en las luces encubridoras. Sollozamos para saber que estamos vivos en la vida. Joan Manuel Serrat, cómplice amoroso.

Paseo por los diez temas emblemáticos del disco Mediterráneo, que da paso a la segunda sesión de la festividad: “La mer” (“La mer / Qu’on voit  danser / Le long des golfes clairs...”), la clásica canción francesa de Charles Trenet, arreglada en consonancias de un imaginario armónico que recuerda a Reinhardt/Grappelli: la viola azuza desde sugerentes pizzicatos. Siguen “La luna” (Sabines/Serrat),  “Cantares”, “Plany al mar”, “Algo personal”, “Menos tu vientre” (Miguel Hernández), “Para La libertad” (Miguel Hernández).   “Yo agradezco el amplio conocimiento que tienen ustedes de mi repertorio; pero, tengo limitaciones. Los viajes terminan y creo que deben acabar, justo cuando se toca puerto”, señala Serrat ante la ovación general y la petición de ¡más!

Encore con “De vez en cuando la vida”, “Hoy puede ser un gran día”, “Penélope”, “Esos locos bajitos”... La noche resguarda a la viola, piano, contrabajo, guitarras, batería y teclados. Las inflexiones  del intérprete de “Balada de otoño” se empinan sobre el crepúsculo y juguetean con los espejos de la luna. Espectáculo histórico en el Auditorio Nacional esta despedida de la gira Mediterráneo. Da Capo. Vuelvo a decirlo, la nostalgia es un ancladero: Serrat, un hacedor de espejismos melódicos. Retumban los versículos: “Eres como una mujer / perfumadita de brea / que se añora y se quiere / que se conoce y se teme // Qué le voy a hacer, si yo / nací en el Mediterráneo”.

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