Dicen que el amor es ciego. Me gustaría agregar —casi a modo de reclamo— que, a veces, también es sordo, mudo y anósmico. Ocurre con frecuencia, sin embargo, que aquello que pensábamos que era amor resulta ser algo completamente distinto, como si nos esforzáramos tanto para encontrarlo, que decidimos mirar para un costado cuando descubrimos que, otra vez, nos hemos equivocado. Y aunque la mona se vista de seda… ya se lo saben.
El pasado 14 de febrero, guiño irónico de Netflix, se estrenó la serie Dirty John que cuenta la historia —basada en hechos reales—, de John Meehan (Eric Bana), un delincuente, acosador y drogadicto, que se dedica a seducir mujeres y engañarlas, un poco por dinero y un poco por placer. Debra Newell (Connie Britton) quedará prendada de John y, bajo la ceguera del enamoramiento, irá desoyendo todas las señales y advertencias que, para el espectador, serán evidentes. ¿Por qué será que nos cuesta tanto diferenciar los sentimientos? Entendemos que el deseo puede mover montañas, pero ¿qué lugar ha tenido la producción cultural en la construcción de nuestro concepto de «amor»?
A simple vista, parecería que el amor ha sido tema fundamental para la literatura, el cine, el teatro y la televisión. Y, en parte, es cierto. El dilema está cuando nos damos cuenta de que, en realidad, las tramas que han inundado páginas y pantallas han sido las del desamor o, una vez más, las de algún sentimiento mezquino que llega disfrazado de cordero. Romeo y Julieta. Abelardo y Eloísa; una menor de edad seducida por un hombre mayor, abandonos, la muerte y el convento como destino final. Y el más aterrador de todos, Otelo, el hombre que cree amar una mujer pero que termina asesinándola por celos. ¿Es el feminicidio, el suicidio, los celos o la tragedia signo de una historia de amor? Evidentemente, no. Sin embargo, esas historias han sido romantizadas y se instalan en nuestro inconsciente como referencias amorosas.
El Dato: La serie fue creada por Alexandra Cunningham con los artículos y el podcast del mismo nombre del periodista Christopher Goffard, de Los Angeles Time.
Bajo ningún punto de vista negaría que son grandes obras de la literatura universal. Como buenos clásicos, su vigencia se mantiene a pesar del paso de los años y siguen causando fascinación en el lector. El arte no tiene la obligación de llenar nuestras expectativas ideológicas, morales o aspiraciones: ojalá que los personajes furibundos y profundamente imperfectos sigan llenando nuestras pantallas. Pero no vayamos a creer que eso es amor. Cuando apaguemos la tele, cerremos el libro o salgamos del cine, intentemos construir un amor que agudice los sentidos, que sea expansivo y no reprima, que equilibre y no someta, así los «dirty johnes» del mundo se quedan donde tienen que estar: en la ficción.
http://www.youtube.com/watch?v=YP17hsH_G4s