Indian Horse: el hockey para sobrevivir al racismo

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La idea de darle un vistazo a las atrocidades cometidas contra los nativos americanos en la región norte del continente, a través de la vida de un joven que en los 70, luego de lidiar con los maltratos propios de las escuelas especiales y las reservaciones a los que eran confinados los niños indígenas arrancados de sus familias por el gobierno canadiense, tuvo la oportunidad de convertirse en una estrella profesional del hockey, resulta tan atractiva como proclive a convertirse en una película inspiracional de fórmula.

Eso es precisamente lo que sucede de inicio con esta coproducción, basada en la novela Indian Horse de Richard Wagamese, y dirigida por Stephen Campanelli, quien debutara como director en 2015 con Momentum. Sin embargo, conforme ésta avanza, comienza a superarse a sí misma hasta ponerse a la altura del importante discurso con respecto al racismo, que le sirve como sustento.

Por supuesto, los fríos parajes invernales de Ontario, que le sirven como locaciones, son bien aprovechados en pasajes que, en compañía de composiciones musicales salpicadas de poderosos matices tribales, se convierten en sugerentes pasajes de sobriedad y belleza que, aunque envolventes, se quedan en la simple ilustración. Algo muy similar es lo que sucede con las secuencias relacionadas con el juego en cuestión, que apenas atinan a reflejar cierta intensidad dentro de lo uniforme y convencional del desarrollo general.

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En contraparte, es la conveniente parsimonia con la que el protagonista -interpretado por los actores Sladen Peltier, Forrest Goodluck y Ajuawak Kapashesit-, pasa de la infancia a la adolescencia y a la edad adulta, generando una desconcertante implosión emocional que, sin perder en ningún momento el interés del espectador, va cobrando sentido hasta sorprender con una brutal vuelta de tuerca; lo que sostiene un relato que pese a ser poco arriesgado, de vez en vez ofrece una que otra interesante metáfora.

En cierta medida, Indian Horse pareciera querer seguirle los pasos a la filmografía de Clint Eastwood -quien aquí aparece como productor-, apostando por la corrección en la manufactura, y es evidente que se queda lejos de la maestría que distingue al otrora responsable de joyas como Los Imperdonables (1992) y Gran Torino (2008).

Pero aún así se trata de un drama funcional que expone la naturaleza del genocidio cultural y la orfandad en la que se vieron sumergidos los miembros de pueblos enteros, al grado de asfixiar su espíritu, haciéndoles incapaces de permitirse alcanzar la redención, aunque ésta se plante justo frente a sus narices. Sin duda una buena opción en la cartelera, para quienes buscan un drama inteligente, con trasfondo social y aire al cine deportivo.

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