Sonora, cinta que profundiza en la xenofobia

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Foto: larazondemexico

Un país cerrándole la frontera a su vecino del sur, deportando a aquellos que se atrevieron a cruzarla, mientras éste a su vez, inicia una persecución contra otra comunidad de migrantes avecindados en su territorio. Acciones terribles que aunque parecieran referirse a nuestra actualidad se suscitaron en los años posteriores a la revolución de nuestro país, teniendo a estadounidenses, mexicanos y chinos como trágicos protagonistas, mismas que hoy sirven para dar pie a una trama de ficción, que se convierte en un llamativo testimonio fílmico de lamentable vigencia, llamado Sonora. Su director no es otro que Alejandro Springall, un viejo conocido por propuestas como la un tanto más acertada Santitos (1999), lo cual para nada le resta interés a la que hoy nos ocupa.

Realizada por supuesto, en la escenarios del estado al que hace referencia el título -incluyendo lugares como El Pinacate, Hermosillo, Guayma, Casitas-, la película luce una propuesta visual con aire a wéstern, que encuentra una inquietante belleza en la inclemencia de los parajes inhóspitos de la región, para ponerla al servicio de atmósferas que reflejan con lucidez el ambiente social convulsionado por la intolerancia y la ignorancia, pero sobretodo por la tergiversación de los ideales y el nacionalismo, así como la pérdida de las raíces.

Es ahí que seguimos los pasos de un grupo formado a fuerza de las circunstancias y las necesidades, que guiados por un nativo alcohólico y a bordo de un Chrysler 1929, tienen que atravesar el desierto en una odisea de la que evidentemente no saldrán bien librados. El esquema es claro e incluye las consabidas pausas en el trayecto, que irán complicando la convivencia, hasta llevarlos a una situación límite que hará surgir lo peor y lo mejor de cada uno de los implicados, de los cuales algunos, incluso a su pesar, encontrarán la redención. Es precisamente en el afán de hacer que estas escenas alcancen tintes de alta intensidad y evocación, que se dan inconsistencias, con cambios abruptos en las actitudes de personajes, cuyas motivaciones no quedan del todo claras. Afortunadamente, la mayoría de ellos mantiene un desarrollo consistente, a través de diálogos medidos y sin desperdicio, que les permite matizar lo que bien podrían haber sido simples estereotipos, dotando de una gran honestidad y mucha humanidad, a situaciones llenas de implicaciones relacionadas con la xenofobia y el racismo, así como apuntes místicos. Por supuesto, esto gracias al innegable capacidad y talento del elenco casi coral, que apuesta por cierta implosión para mantener el tono y empujar la narración.

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Una Dolores Heredia siempre precisa y de poderosa presencia, un Harold Torres cuya naturalidad vuelve a ser su gran recurso, un Joaquín Cosío que con convicción encarna un rol que pocas veces se le ha visto, amén de un Juan Manuel Bernal laborioso a la hora de funcionar como detonador de los conflictos, son parte de los aciertos de Sonora, que pese a lo repetitivo que termina siendo el recurso de las paradas en el camino, lo que aplana por momentos el ritmo, es una opción de cine mexicano inteligente, con valor histórico, identidad y trasfondo.

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