El Príncipe de la Canción dio su voz a todas las posibilidades del amor

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José Rómulo Sosa Ortiz (Clavería, Azcapotzalco, Ciudad de México, 17 de febrero, 1948 – Homestead, Florida, Estados Unidos, 28 de septiembre, 2019) es nuestro Príncipe de la Canción, ‘título nobiliario’ concedido por la gente en su protagonismo de grandes momentos sentimentales que dispensó a través de más de 50 años como vocalista. Balada, bossa nova, bolero, pop latino y canción: géneros que el hijo del tenor de ópera José Sosa Esquivel manejaba con total maestría. Suena en la radio “El amor se acaba” y una pareja de amantes se besa en el columpio de la nublada tarde de este último sábado de septiembre donde la balada se ha quedado huérfana. Un territorio íntimo doblegaba los deseos. Ahora, se registrarán en el eco de su voz los espejismos del amor.

Dos adolescentes se miran en el insomnio previsible, se toman de la mano y enmudecen liberados en el inicio del otoño. Ellos no saben nada de fonogramas como Vive (1974), Volcán (1978), En las buenas... y en las malas (1990) o Secretos (2004). Sólo notan una estéril fragancia en el tiempo de la alborada. Todas las emisoras radiales detienen su frecuencia y se repiten los acordes de “El triste”, “Amar y querer”, “Lo pasado, pasado”, “Lo que no fue no será”, “Gavilán o paloma”, “La nave del olvido”, “La almohada”...: pasión, desamor, gestos inconclusos, miradas. El amor es el exilio de dos cuerpos. Las tonadas de José José no se parecen a otras: pertenecen solamente a su fraseo: sus versículos tan comunes y transparentes no se parecen a otros: era un enamorado el que cantaba y los enamorados cuando entonan labran un laberinto para caminar con los pies descalzos.

Canciones ecos. Redes de luces en horizontes de ardores, gravedad huidiza sobre trazos ondulados, líneas breves sobre las mudanzas de la pretensión. Resonancias, ondas rizadas de melódicos abrasos. José José le cantó a ese esplendor que abarca toda posibilidad de amor. Llama que sostiene el ansia y que el viento no apaga ni la niebla ensombrece. “Ya lo pasado, pasado / No me interesa / Si antes sufrí y lloré / Todo quedó en el ayer / Ya olvide.../ Tengo en la vida por quien vivir / Amo y me aman, soy feliz / Ya nunca más estaré / Solo y triste otra vez / Es el ayer, ya olvidé / Ya olvidé”.

Más de 100 millones de discos vendidos en 55 años de trayectoria. Ovacionado en el Madison Square Garden, Radio City Music Hall, Las Dunas y Auditorio Nacional de México, entre otros respetados recintos musicales; su registro de barítono a extensión total, mudanzas de tenor en el uso de las octavas y manejo de la respiración envidiable, lo cual le permitía sostener notas por largo tiempo sin desafinar (“Amor para dos”, “Volcán”, “Lo dudo”, “Gavilán o paloma”, “Almohada”...), lo reafirman como uno de los grandes vocalistas mexicanos del siglo XX. Nunca estudio técnica vocal ni asistió a conservatorios, los especialistas alaban su perfecta afinación. Intérpretes como Johnny Mathis, Marc Anthony, Vikki Carr, Luis Miguel, Conjunto Primavera, Chayanne, Raphael, Juan Gabriel, Rocío Dúrcal, Camilo Sesto, Cristian Castro, Vicente y Alejandro Fernández, Manuel Mijares, Juan Carlos Coronel, Kalimba, Aventura, entre muchos otros, han cantado sus canciones y reconocen su influencia.

Dolor de soledad en un nudo que me acorrala. Pongo sus discos; pero, ¿quién podrá sanarnos de este esquivo, de esta tarde de cenicienta pesadumbre? Escucho los paisajes de un cosmos que nos iluminó la hondura sentimental y nos hizo inmunes a los yerros del desamor. Hay un vaivén que tensa los silbidos. Hay en el aire un salmo que encumbra este tiempo vagabundo. Ahora sólo se oyen susurros. Canto como respira un maderamen dormido: “Hoy quiero saborear mi dolor / no pido compasión ni piedad / la historia de este amor se escribió / para la eternidad”. La orfandad de la balada: ha muerto José José.

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