El catálogo de Netflix sigue nutriéndose con propuestas de terror que, más allá de lo bien o mal logradas que estén, siempre generan cierta expectativa, le otorgan diversidad temática y se convierten en opciones latentes para maratonear.
Ahora toca turno de “Curon”, producción italiana que retoma la leyenda original de Curon Venosta, antigua capital de la provincia de Bolzano, y de la que una parte quedó sumergida bajo el lago artificial resultado de la construcción de una planta hidroeléctrica en 1950, dejando sólo a la vista un antiguo campanario rodeado por el agua.
Es a partir de este mustio recordatorio que aquí se elabora un universo de frialdad recalcitrante, ante la cual la luz del día languidece, y el espíritu religioso —que se hace presente a través de múltiples crucifijos— luce tan desesperado como amenazante. Los protagonistas son una mujer y sus dos hijos, quienes regresan al que fuera el lugar de origen de ella y que, al encontrarse con su pasado, enfrentan escabrosas revelaciones.
La premisa suena trillada, pero ofrece mucho más de lo que aparenta. Se trata de un oscuro relato en donde la dualidad a distintos niveles se convierte en el origen del miedo, desde la proyección del lado oculto de cada uno de los personajes, que se pone al nivel de la fachada dominante, manifestándose incluso de la forma más literal para así poder consumirles, hasta los lazos que se establecen de forma natural y a veces irremediable entre los mellizos.
Por desgracia, esa misma dualidad se extiende a la manufactura de los primeros episodios. A la hora de plantear el misterio, éste se diluye entre escenas cuyo afán de ser sugerentes les convierte en guiños accidentados de prácticamente nada.
En contraste, el drama juvenil transita con energía; el perfil de los adolescentes ofrece distintas capas y la naturalidad de su forma de relacionarse les permite alcanzar una seductora complejidad a partir de las convenciones usuales, haciendo de la inquietud de la convivencia y los sentimientos, el verdadero gancho.
Es esto último lo que sostiene la serie mientras se encamina hacia su segundo tercio, que es cuando logra establecer con claridad las reglas del concepto para por fin tensar el desarrollo y plantear un escenario repleto de incertidumbre, retomando los clásicos sobre retorcidos juegos de identidades y posibles sustituciones, revistiéndolos de costumbrismo y con la naturaleza pagana de la fe.
Así pues, aunque “Curon” tiene un comienzo inconsistente, no tarda mucho en encontrar el camino para terminar siendo seductora y nada condescendiente, lo cual se agradece e, incluso, genera el deseo de ver más.