El Nuevo orden es un concepto que ha cobrado fuerza en la historia reciente, aludiendo al derrumbe de sistemas políticos y un cambio radical en la balanza del poder, que fácilmente puede llegar a caer en el caos total. Un tema vigente, que le sirve de punto de partida a Michel Franco para su más reciente y galardonada película Nuevo Orden (Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia), que llega hoy a los cines de México. Prefiere enfocarse más en lo amenazador del proceso, que en tomar una postura crítica, luciéndose en la manufactura.
La precisión y el ímpetu de las transiciones entre los recorridos de la cámara, que van dimensionando el microcosmos dentro de una casa donde la opulencia se regodea y se magnifica entre el descaro con la realización de una boda, mientras afuera se avecina una revuelta, es lo que dota al relato de una vitalidad envolvente; que, con cada espasmo, producto de la irrupción de la realidad que reclama con violencia y sin piedad, sólo se intensifica y no se permite respiro alguno.
Esto, mientras revela un entorno convulso más amplio, contrastando miradas furtivas con visiones fugaces del escenario completo, para proyectar el sentimiento de insignificancia, manteniendo el paso hasta el final; convirtiéndose así en un ejercicio de ritmo impresionante y exhaustivo, que impacta por su desarrollo, pero, por desgracia, es débil en el fondo.
En el camino va dejando al aire aquellos elementos que sustentan el funcionamiento y la verosimilitud de los hechos dentro del universo que construye, desde que en un parpadeo existen mecanismos e infraestructura de control y organización ante el estallido de la sublevación por parte de los ciudadanos desfavorecidos, que minutos antes se presume avasalladora; hasta lo vago de la forma en que se diferencian los bandos y cómo trasladan a sus barrios el campo de batalla, que de inicio se ubica en las zonas residenciales.
También está la maniqueísta construcción de los personajes, en donde los integrantes de la revuelta no van más allá de ser rufianes resentidos, voraces, sin escrúpulos ni moral, otorgándole algunas virtudes sólo a aquellos que nunca se involucran con la misma —sin que en algún momento reaccionen ante las disyuntivas que se les presentan—, y además trabajan o trabajaron de manera cercana para la gente “acomodada”, la cual, por cierto, termina mostrándose únicamente como el objeto de un castigo excesivo: unas pobres víctimas de la mala fortuna de ser “ricos”. Del ejército ya ni hablemos, a ellos sí que les va mal.
Se trata del traslado a la pantalla de lo que podría ser un mañana inminente, elaborado a partir de nuestro entorno social, producto de una cotidianidad cada vez más polarizada y exacerbada, que impacta gracias a su forma y las implicaciones del planteamiento, pero no por su discurso, el cual no sólo nunca termina de comprometerse con las motivaciones del evento, sino que evidencia un claro desconocimiento, mostrando los movimientos sociales como un inexplicable fenómeno de la naturaleza y a sus perpetradores como una turba sin rostro, recurriendo al uso de clichés que rayan en el clasismo.