Pese a que por lo general suele salir decepcionado, el público siempre está listo para darle una nueva oportunidad al cine de terror y sus variantes, por lo cual la oferta del mismo suele ser grande y constante. Afortunadamente, cada cierto tiempo llegan producciones que han logrado darle la vuelta a los lineamientos usuales para ofrecer enfoques refrescantes y sugestivos. Tal es el caso de ¡Huye! de Jordan Peele o Su Casa de Remi Weekes —estrenada por Netflix—, que aciertan al ubicar los detonantes en aspectos como el racismo, los prejuicios y la migración.
Lo mismo que en la más reciente Relic de Natalie Erika James, que hace un recorrido por las fracturas de las relaciones familiares entre tres generaciones distintas de mujeres, para exponer la espeluznante percepción que se puede llegar a tener del proceso de envejecimiento.
Ahora en esta misma línea podemos ubicar a La Llorona, considerada como una de las películas guatemaltecas mejor logradas de los últimos años —realizada en coproducción con Francia—, en la cual a partir del paralelismo entre la famosa leyenda y el juicio por genocidio a un general retirado, ofrece un sugestivo ejercicio de género que al mismo tiempo hace una exposición de los mecanismos del clasismo y la naturaleza de los movimientos sociales.
A pesar de que en ese sentido no llega a ser una crítica mordaz, sí es clara y comprometida, por lo cual evita caer en la frivolidad o los estereotipos de producciones que se abanderaron con ese tema, dígase Nuevo Orden por ejemplo, las cuales resultaron mucho más cercanas al cine de consumo.
En la propuesta del director y guionista Jayro Bustamante, el aire periodístico al que alude la secuencia del juicio inicial le sirve para nutrirse del ímpetu del testimonio acerca del conflicto armado que sufriera aquel país en los años, sustentando así las manifestaciones ciudadanas que son una constante durante el relato y cuyo grito permanente se convierte en una sinfonía que va del lamento, al reclamo y al amenazador llamado a la violencia, marcando el paso de las escenas, algunas veces como una especie de live-motive, otras más como herramienta para enfatizar lo trágico de los hechos, que se mezcla con lo espeluznante de efímeras apariciones durante el acoso de la multitud.
Al estilo del cine asiático, el agua, el cabello y otros elementos similares, funcionan para enrarecer las escenas del drama de base, que prefiere vestirse de zozobra, antes que buscar los sobresaltos fáciles, apostando por miradas furtivas para dar pie a un mustio deambular de la cámara que va delineando envolventes planos espectrales.
El desarrollo de la relación entre algunos de los personajes llega a ser un tanto precipitada, pero la evolución de los mismos es más que consistente, logrando incluso que la pesadilla que vive uno de ellos, no solo sirva para trastocar el rol que le corresponde y lograr el contraste al experimentar el punto de vista que se empeña en negar, sino que éste sea el vehículo para ir mostrando los antecedentes al espectador, sin recurrir a un flash-Back tradicional y empujar así la revelación final, que termina de aterrizar el aspecto sobrenatural en la realidad que nos están planteando.
Es esto último lo que se convierte en la principal virtud de La Llorona, que aunque no alcanza altos decibeles en cuestión de sustos, no por ello deja de funcionar como entretenimiento y pieza de género y al mismo tiempo ofrecer una inquietante variante que así como explota el potencial espiritual del mito, lo enriquece confrontándole con la política, cuyas terroríficas entrañas se convierten en la verdadera fuente del miedo.
Es uno de los títulos más atractivos dentro de la edición 69 de la Muestra internacional de Cine de la Cineteca Nacional. Estará en cartelera hasta el 26 de abril.
- Cuándo: del 21 al 26 de abril
- Dónde: Cineteca nacional
- Localidades: $50 entrada general y $30 para menores de 25 años, estudiantes y adultos mayores