Se esperaba muchos más de “Justicia Implacable”, el reencuentro entre Guy Ritchie, el responsable de la pequeña obra de culto “Lock, Stock, ad Two Smoking Barrels” (1998), y él que fuera uno de sus protagonistas, Jason Statham. La producción que estrenó en cines de México.
Sin embargo, el estilo de Guy Ritchie, que en su momento formará parte de una corriente vanguardista del cambio de siglo —junto a directores como Danny Boyle y su “Trainspotting” (1996) o Jan Kounen y su “Dóbermann” (1997)—, aquí queda subyugado a la presencia de Jason Statham y el modelo del héroe de acción consolidado en los 80 por actores como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger —sólo que estos tuvieron a bien, equilibrarlo después con otro tipo de roles y producciones—; el cual el también actor de la saga de “Rápidos y Furiosos”, no solo ha asumido por completo desde hace ya varios años, sino que ha llevado hasta el exceso convirtiéndose a si mismo en un estereotipo.
En “Justicia Implacable” o “Wrath of Man” (por su título original) apenas encontramos algunos atisbos de aquel espíritu desfachatado que impulsaba narraciones circulares en las que lucia la contraposición de la cámara lenta con secuencias trepidantes, miradas en contra picada, congelamientos y cortes sorpresivos, que fueron parte del sello que le imprimiera —salvo en contadas excepciones— a cada uno de sus trabajos el director británico, quien fuera tan celebrado por “Snatch” (2000).
Es así que está reinterpretación de “Le Convoyeur”, de 2004, la cual sigue los pasos de un misterioso guardia de seguridad en camiones blindados, quien muestra inesperadas habilidades de combate; queda convertida solo en un vehículo a modo para el lucimiento del consabido tipo rudo e impasible sumergido en una historia de venganza, que siempre logra lucir bien, sin importar el trajín de los tiroteos y las persecuciones.
Es evidente la precisión del montaje, acompañada de la dureza en el desarrollo que estira los puntos de tensión al tope, deambulando con una parsimonia casi despiadada entre sórdidas atmósferas, para alimentar y empujar el sentido de fatalidad e ironía, que se convierte en el sustento de contundentes y muy disfrutables escenas de acción.
Sin embargo, al final todo esto obedece más a una manufactura casi artesanal, la cual no logra salvar lo repetitivo de algunas secuencias que sirven para dar forma al punto de encuentro entre los hechos y sus antecedentes, dentro de un relato que a pesar de que también pierde el paso con un par de escenas innecesarias, hay que reconocer que es lo suficientemente sólido como thriller y cumple como entretenimiento, pero eso es todo y nada más.