Hace unos años, en una entrevista para La Razón y para Todo Personal, la primera actriz Carmen Salinas, fallecida el pasado jueves, abrió las páginas de su vida. Aquí el testimonio en sus propias palabras.
Infancia dura y feliz. Mi infancia fue muy linda, la añoro mucho a pesar de muchas privaciones que existieron por causas ajenas a mi voluntad. Fue bonita porque los juegos de los niños de antes eran muy sanos. Yo nací en la colonia Falcón y Allende, en Torreón Coahuila, en una casa que era de mi tía María. Ahí nacimos casi todos los hermanos, éramos ocho. Vivíamos en una vecindad que daba para la calle Leona Vicario número 27 Norte. Era de un señor que se apellidaba Camarillo. Era muy agradable porque el fondo daba para la calle y para la vecindad que tenía muchos callejones. Daba la oportunidad de jugar a las escondidas. Te podías llevar muy bien con los vecinos que te daban un taquito de frijoles cuando había tanta privación. Para darnos de comer, mi mamá hacía repostería y gelatinitas. A mis hermanos los enseñó a trabajar desde chiquitos, les hacía bolsitas de palomitas, terminaban la escuela y se iban a la calle a vender. Ella sola nos sacó adelante, pero hubo un momento en que tuvimos una junta todos y nos dijo: ‘Ya no puedo seguir sosteniendo los estudios de todos, tenemos que echar un volado para ver quién sigue en la escuela’. Elenita y yo, que éramos las más chiquitas le dijimos, pues que terminen los hermanos mejor, nosotras terminamos la primaria. Fue una sugerencia mía, fíjate que no fue de mi mamá, ella quería echar un “águila o sol” para ver quién seguía estudiando.
La figura paterna. Mi padre era corredor de bienes raíces, pero de pronto ya no lo volví a ver, desapareció de la casa. Tendría yo como unos siete u ocho años. Yo le preguntaba a mi mami: ‘¿y mi papá dónde está?’. Yo andaba preguntando porque eso mi mamá no nos lo platicaba. Nunca habló mal de él, nada más decía que estaba ausente, que se fue de viaje. En 1953 me contratan para trabajar en la coronación de la reina de la Feria del Algodón, en la Plaza de Toros Torreón, y ahí vuelvo a ver a mi papá. Le habían preguntado si conocía a una chamaca que se llamaba Carmen Salinas, a él le gustaba mucho guardar las formas y preguntó: ‘¿por qué?’, ‘porque no sabes qué hermoso canta esa niña’. Él me buscó y me puso a cantar, ya ni lo reconocía. Como mi mamá nunca nos había hablado mal de él pensé que había regresado del viaje. ‘Mamá, ya regresó mi papá, ¿no ha venido a verla?’, ‘no hija, quién sabe qué estará pasando, no sé’. Veía que evitaba hablarme de él, ya no le insistí.
Cantar. Empecé en la escuela, estudiamos la primaria en la Alfonso Rodríguez, una escuela entrañable que recordamos con mucho cariño. Ahí también estudiaron Rosina y Socorro Navarro, quienes fueron unas espléndidas cantantes, y las hermanitas Hernández. Me querían mucho las maestras y mis compañeras, nos llevábamos muy bien. No cantaba mucho, me invitaban los padrecitos a la iglesia del Perpetuo Socorro, a la del Carmen y a la de Guadalupe. Cuando íbamos a una fiesta con mis amiguitas, yo les decía, ustedes empiecen: ‘que cante Carmen, que cante Carmen’, todas me apoyaban, ‘¡Carmelita, Carmelita!’, y me paraba a cantar. Cuando iba a los aficionados siempre ganaba, eran las Noches de Arte y Fortuna, los viernes en el Palacio de los Deportes. El premio era de 100 pesos. Mi mamá pagaba 25 pesos de renta, debía varios meses y le empecé a dar lo que ganaba y hasta pagaba por adelantado para no preocuparse.
Imitaciones. En 1952 estaba en un programa en la XET de Monterrey, porque mi hermana Finita me llevó a vivir allá y a pedir trabajo. Tendría como 12 años y ya participaba en el programa Charlando con Usted, que producía y conducía Alicia Martínez, también estaba el señor don Juan Cejudo, padre del hombre que fue mi mejor amigo, casi como mi hermano. Me acuerdo que me pusieron a hacer imitaciones, de las primeras que hice fue la de Lydia Mendoza, una cantante de norteñas. Luego de Toña La Negra, de Libertad Lamarque, de María Victoria, todas me las adivinaron y dieron los pases para los cines de la localidad.
Desde que tengo uso de razón he conocido lo que es la pobreza, pero cuando la gente quiere salir adelante, sale si le dan los elementos. ¿Cómo fue que a mí me dieron los elementos?, cantandoCarmen Salinas, Actriz
Los debuts. Debuto el 28 de octubre de 1953 en el Cine Ópera y empiezo a recorrer varios cines, cantando e imitando. Luego mi primera película fue La Vida inútil de Pito Pérez, con Ignacio López Tarso, pero mi primer trabajo como actriz fue en el 64 con Ernesto Alonso con la telenovela La Vecindad. Ernesto Alonso fue como un padre, él me dio varias telenovelas: La razón de vivir, Sublime redención, La frontera, El chofer, La sonrisa del diablo, que fue con Maricruz Olivier. La primera fue la más complicada, porque no había estudiado nunca actuación y sola empecé a montar mis diálogos y mis textos. Me dieron mis guiones y dije: ‘¿esto qué es?’. ‘Es para que te aprendas lo que vas a decir. Eres Cuca, la sobrina de la portera’. En cabaret trabajé con María Félix, en Rosarito Beach, Baja California. Me contrató Fanny Schatz, la representante de ella, para ir a abrirle un show.
Encuentro con la maternidad. Mi hija nació de ocho meses. Llegué a la maternidad y no estaba el mugre doctor, entonces me atendió una enfermera y venía con unos guantes un pasante de medicina, ‘voy a ver cómo quedó’. No, no vengas a ver cómo quedó, tráeme el extractor de flemas, se me está asfixiando esta niña. En una ventana vi una Virgen de San Juan y le dije: ‘Virgen, salva a mi bebé’. Te prometo ponerle tu nombre, y la enfermera le metió la sonda y fue cuando soltó el llanto. Y se me murió un niño de siete meses. Lo aborté en mi departamento, corté el cordón umbilical, se me murió aquí en los brazos.
Su hijo Pedro: caer y levantar. Con un hijo o hija que muere, se mueren muchas cosas. Se te va la vida, se te va el deseo del sexo, se te va el deseo de tener una pareja, tu vida se torna triste. A mí se me muere mi hijo de 37 años y me deja sumida en una tristeza eterna, aunque me ría, aunque me veas que platico y todo, un hijo es un hijo. Enterré todas las imitaciones. Ya no quise volver a hacerlas. María Rojo, mi hermana, es la que me convence de volver a la actuación. Con el Chatito Cejudo me invitan a leer un ensayo de Cada quien su vida, porque ya había actuado en esa obra, dirigida por Fernando Wagner, uno de los grandes directores de teatro de México. El Chato me dice: ‘María Rojo quiere que vayas al Salón México y le montes a una chavita el papel que hacías de la Pepsi-Cola. Ay, no Chato, qué flojera, yo no voy. ‘Sí, ándale, ayúdale’. Pero era una mentira, me pusieron a una chamaca para que yo me la creyera porque ella no lo hacía bien. Todo lo tenían súper preparado. Le agradezco mucho a María, a Margarita Isabel, a Héctor Bonilla, y a Arturo Alegro. Después entra Ernesto Gómez Cruz, mi hermano adorado. Todos me ruegan que haga la Pepsi-Cola y acepto. El Chato les pide que yo cante la canción de “Cada quien su vida”, me llevo todos los premios como la Mejor Actriz de finales del 94, que es cuando muere mi hijo.
Se atravesó la política. Me invitó César Camacho a participar. Yo me resistía a hacerlo, pero ya estoy metida en esto. Desde hace años ha existido la pobreza, el rico y el pobre. Mi papá era priista, mi papá cuando yo tenía cinco o seis años nos llevaba a Elenita y a mí a las oficinas del PRI en Torreón. Fui creciendo viendo el PRI, después conocí el PAN y luego conocí el PRD, pero me mantuve al margen. A mí me ha preocupado de toda la vida que una mujer sea golpeada, que un niño sea violentado, que sea explotado, me asusta la trata de blancas. Desde que tengo uso de razón he conocido lo que es la pobreza, pero cuando la gente quiere salir adelante, sale si le dan los elementos. ¿Cómo fue que a mí me dieron los elementos?, cantando; sabía cantar, imitar, iba a los aficionados, ganaba y le llevaba a mi mamá para que pudiera pagar la renta y darnos de comer. Lo que yo quiero también es que apoyen a todas esas señoras indígenas que hacen bordados preciosos en Oaxaca, en Guerrero, en Chiapas, en el Estado de México, que la gente no sea mala, que no les regateen, si dicen que te lo venden a cien pesos, págales los cien pesos, no que les quieren dar cincuenta y los aceptan por necesidad, que les paguen lo justo porque en esos bordados están sus ojos, su vista, su espalda y sus manos.