La mirada del espectador capturada con el transitar uniforme y constante a través de pasillos y salones delineados por la luz artificial de la vida noctámbula, es una casi hipnótica recreación del sopor que acompaña al protagonista de "El contador de cartas", interpretado por un Oscar Isaac —“Star Wars: The Rise of Skywalker” (2019), “Moon Knight” (2022)— conveniente y contenido en un eterno dejo de amargura, quien se sumerge impasible una y otra vez en el mundo de los juegos de azar cuyo espíritu converge con la naturaleza adictiva de su pasado ligado a la violencia, la tortura y el abuso impulsado por las políticas de Estado.
La música haciéndose presente a partir del susurro, es el eco de la vieja pesadilla que fue tan real, que se sigue manifestando en hábitos ya convertidos en manías, como las “adecuaciones” que hace sistemáticamente a cada habitación en la que se hospeda, así como los espasmos mentales que le aquejan, y que el relato dimensiona vía enfermizos flashbacks de ángulos distorsionados, tan retorcidos como los métodos militares que les dieron origen y a los que la película consigna.
Contrario a lo que pudiera pensarse, esta vez la emoción en la mesa de cartas no es intensa, tampoco se trabaja un rival a vencer, y aunque las partidas de naipes se desperdician un poco en ese sentido, por otro lado, cumplen al representar el punto de equilibrio que este “Contador de cartas” encuentra para el vacío de su existencia, ese que queda cuando los hechos son irreparables, se hace total conciencia de ello y la única apuesta es seguir.
Ante este escenario elaborado con elegancia, es que habrá de presentarse el factor que altera la desencantada estrategia, un joven encarnado por Ty Sheridan —“Ready Player One” (2018)—, que quizás por las razones equivocadas, pero le ofrece la posibilidad de acceder a cierto respiro ante la asfixia personal con la que se castiga.
A partir de ahí el relato acelera el paso, y aunque convencionaliza las formas, mantiene enganchado al espectador con los cuestionamientos sobre la redención y un nada complaciente discurso de fondo.
“El Contador de cartas” de Paul Schrader —“Gigoló Americano” (1980), “Dark” (2017)— presentada en el Festival de Venecia y con sus casi dos horas de duración, es una envolvente y sugestiva disertación sobre la culpa, los estragos de los métodos del ejército, un país siempre aquejado por el doble discurso, el efecto que causa la forma en que otros nos ven y el alivio que puede ofrecer no la redención, sino el camino que lleva hacia ella, más allá de que pueda alcanzarse.
rc