Sabemos que “Morbius” no es, y por mucho, uno de los personajes más interesantes de Marvel. Bueno, ni siquiera es de los de primera línea dentro de la galería de supervillanos de Spiderman, de entre los qué hay una docena que le superan en trascendencia y popularidad.
Eso quizás podría explicar por qué contrario a lo que sucedió con la saga fílmica de “Blade” —un antihéroe con un estatus similar—, que buscó y logró ponerse por encima de lo que hasta ese momento se había estado haciendo con la obra original; aquí hayan decidido apostar por una estructura genérica y roles estereotípicos.
Pero en realidad eso no es el problema de esta película que retoma la adaptación que se hiciera del concepto del vampiro al mundo de los superhéroes en 1971, sobre un científico que, en el afán de curar su enfermedad, experimenta con sangre de murciélago obteniendo fatales resultados; sino la falta de rigor a la hora de ejecutarla, dejando al descubierto las piezas y los engranes.
Pese a que se plantean de inicio con claridad las motivaciones de los personajes y el tipo de relación que habrán de desarrollar, poco o nada se justifican los cambios en las actitudes y decisiones de los mismos dentro de la acción, quedando claro que estos solo sirven para empujar la trama a encontrar la siguiente pieza dentro de la fórmula, que incluye desde el sacrificio del amigo, hasta la consabida dama en peligro, que igualmente fue puesta en tal circunstancia sin razón alguna.
De igual manera tenemos el villano en turno al que innecesariamente le cuelgan un conflicto “de preferencia paternal” que raya en el ridículo, y que surge en circunstancias similares a las del protagonista, presentándose como la versión malvada que le permita funcionar recargándose más en lado positivo del antihéroe, lo que, sin ir más lejos, también vimos con “Venom” (2018).
Ahora, sabemos que la capacidad histriónica de Jared Leto es indiscutible, pero las escenas en las que se pretende desarrollar el dilema de un hombre que ha salvado vidas y ahora se ve obligado a consumirlas, son anti climáticas, y los tintes trágicos a los que apuntan se diluyen ante la facilidad con la que logra controlar su sed de sangre, en una carrera a contra reloj que nunca llega a ser angustiante y tener peso.
Por otro lado, al menos las tonalidades frías de la propuesta visual logran proyectar con sobriedad la naturaleza de la criatura, y el enrarecimiento de los colores cuando está en movimiento le otorgan cierta identidad que conecta con los cómics.
Igual se agradecen las referencias al director de “Nosferatu” (1922) y al emblemático viaje marítimo de “Drácula” (1992), pero son solo curiosidades dentro de esta producción a cargo de Daniel Espinosa —“Life” (2017)—, que resulta extremadamente predecible y a veces descuidada —algo que se extiende a las escenas post créditos—, de la que solo se puede rescatar que ya presentó al buen a Morbius, lo que permitirá que en sus posteriores apariciones —porque las habrá—, se dediquen a atender más el tratamiento.
rc