Al otrora director de la multipremiada “Cuando los hermanos se encuentran” (1988) y de pequeñas joyas poco referidas como “Wag the Dog” (1997), no le tiembla la mano a la hora de tomar la novela que escribiera Alan Scott sobre la vida de su padre boxeador conocido como “el sobreviviente de Auschwitz”, para convertirle en “Peleando por mi vida”, un descarnado recordatorio de que aún hay tantas historias sobre el holocausto pendientes de llegar a la pantalla grande, como víctimas dejó la Segunda Guerra Mundial y la persecución judía.
Es por ello que confiando en todo el oficio que a los 80 años carga sobre sus espaldas, apuesta por una cámara impávida que aunque por momentos implosiona el relato haciendo tropezar el ritmo, también le permite emparentarla con el semblante de su protagonista y proyectar la contención de la rabia contra sí mismo y sus opresores, que le sirviera para mantenerse en pie durante y después de que dejó que le convirtieran en una herramienta encarnada y contundente de ejecución y siniestro entretenimiento.
Del mismo modo el uso del blanco y negro estiliza y enfatiza la violencia y desesperación de los pasajes de infamia y miseria humana que viviera en el campo de concentración, mientras los colores pálidos que acompañan el resto de la propuesta materializan la amargura de la libertad a medias que le otorgó el sobrevivir a costa de acciones irreparables, asumiendo como condena el subir al cuadrilátero para expiar la culpa con la esperanza de que la ansiada batalla con el legendario púgil Rocky Marciano, sea la vía no para que alcance la gloria deportiva con un posible triunfo, sino el reencuentro con un lejano amor y una promesa, que le otorgue al menos un resabio de redención.
Por su parte Ben Foster —“Sin rastro” (2018)— en el papel principal, con un abrumador trabajo físico y emocional, luce meticuloso al aplicar tanto las dosis de visceralidad, como al atender las sutilezas cuando el drama lo requiere, compensando así las ya mencionadas inconsistencias del desarrollo general, salvo la conclusión en el que el director comente autosabotaje, insertando una escena de canto que interrumpe el efecto de evocación agridulce que venía bien encaminaba.
Pero bueno, a pesar de ello, “The Survivor” —por su título original—, es más que una película de boxeo y uno de los trabajos más destacados y reveladores en mucho tiempo del norteamericano Barry Levinson.