Sorprende la serenidad y precisión con la que en “Observar las aves” se viste de realidad la ficción para elaborar un conmovedor retrato del proceso degenerativo denominado como Alzheimer, rindiendo a su vez un cariñoso tributo a ese momento de lucidez máxima previo a llegar al borde de dejar de ser uno mismo, recordándonos la belleza agridulce e intrínseca de lo efímero que hace invaluable la existencia.
Los recursos del falso documental, que incluyen desde aspectos narrativos hasta la participación de actores no profesionales, usualmente llevados por otros géneros y realizadores al terreno del efectismo; esta vez cobran todo el sentido del mundo, al enfocarse en materializar los sentimientos a través de una especie de diario fílmico que una mujer escritora y académica diagnosticada con el ya mencionado padecimiento, decide convertir en su último adiós.
La mezcla de formatos de grabación no sólo son la principal herramienta para alcanzar la verosimilitud presentando el día a día y sus pequeñas pero significativas actividades que se verán trastocadas, sino que en el momento justo se intercalan para ilustrar los espasmos que representan la intermitencia de la memoria y la eventual desconexión de los recuerdos, poniéndose al nivel del peso dramático de simbolismos más directos —aunque no por ellos menos conmovedores—, como el de las fotografías arrugadas y olvidadas en los bolsillos de la ropa, las cuales antes eran atesoradas en álbumes familiares, o las grabaciones caseras que dan testimonio de aquel compañero de vida fallecido.
La naturaleza vivencial del relato —la misma directora alguna vez pensó que padecía Alzheimer al igual que su madre—, se reafirma en el afán de dimensionar la disparidad de las reacciones en los familiares de la protagonista interpretada con apabullante honestidad por Bea Aaronson.
Esto sin lanzar sentencia alguna, validando lo humano de negar para sostenerse, haciendo efectivos pequeños momentos a modo de charlas, videollamadas y reuniones familiares, otorgándole a la cámara no el rol de testigo, sino de silencioso y comprensivo cómplice.
“Observar las aves”, de Andrea Martínez Crowther —responsable de “Cosas Insignificantes” (2008)—, que se hiciera con el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos en 2019, además de ser un llamado a celebrar cada momento como único, es una embriagadora reivindicación del decidir cómo despedirse, cuando aún se tiene la conciencia para poder hacerlo.