Tal y como lo han demostrado los estudios de mercado, el impacto en el colectivo popular de “Avatar”, la película más taquillera de todos los tiempos en 13 años no fue más allá de una impresionante cuestión técnica.
Sin embargo, aunque el público no tiene tan presente mayores detalles con respecto al concepto y la trama de “Avatar —que de por sí es retomada tal cual de John Carter, novela escrita hace más de cien años—, lo que sí lleva a flor de piel es lo que le representó como experiencia, y en ese sentido esta segunda parte no solo responde a las expectativas, sino que las supera y con creces.
Claro, el guion de “Avatar: el camino del agua” de nueva cuenta es simple, en algunos casos endeble y algo predecible. Empezando por que modifica a modo y sin explicación planteamientos iniciales que habrían de impulsar el choque entre tecnología y naturaleza con pretensiones espirituales, las cuales por cierto nunca llega a desarrollarse del todo, esto pese a sus más de tres horas de duración.
Dígase por ejemplo el llamado y la llegada de nuevas fuerzas invasoras que se presenta como una solución a sofocar la insurrección de los nativos, cuyos ataques se ilustran con toda explosividad, pero que prácticamente de inmediato se transforma en una búsqueda de venganza dejando por completo de lado lo que nos habían dicho que era la motivación, y nada más se sabe al respecto.
Luego entonces todo se concentra en la huida del protagonista al lado de su pareja y sus hijos, por que ahora el tema central es la familia, una cuya diversidad en sus integrantes es desaprovechada con un acercamiento convencional a la hora de enfrentar cuestiones como el bullying, la otredad, la marginación y el paso por la adolescencia, dentro de un contexto extraordinario donde lo tribal termina siendo solo un adorno.
Y no hablemos del villano, cuyo vínculo con otro de los personajes apenas se bosqueja y no alcanza a sustentar los cambios de actitud que supuestamente provoca, incluyendo la decisión que llevará a la consabida confrontación final entre los dos protagonistas, con la captura de rehenes incluida, lo cual se vuelve repetitiva y cansina, algo que no se contrarresta ni cuando hacen un pequeño apunte para burlarse de ello.
Pero bueno, lo cierto es que, pese a lo anterior, la estructura base da pie a secuencias que por sí mismas tienen la fuerza dramática y vitalidad para sostener e impulsar la aventura y el show, además de servir para seguir delineando y enriqueciendo el ahora más llamativo universo.
Tal es el caso del acecho bajo el agua que sufre uno de los chicos al verse cara a cara con un salvaje depredador, la intensa y cruel cacería de las colosales criaturas marinas, o los combates los Na’vy y los marines con vehículos hundiéndose y explotando llenado de fuego el horizonte. Algo que vuelve a dejar en claro que aunque James Cameron —“Terminator 2: El juicio final” (1991), “Titanic” (1997)— ya no tiene como prioridad el contar historias, y solo se sirve de ellas como un pretexto para lucir los alcances que ha conseguido en la aplicación de la tecnología, sin duda es un maestro de la ejecución.
Como decíamos de inicio, el impacto sensorial resultado de llevar las posibilidades del 3D a un nivel nunca antes visto es impresionante. El cambio de escenario que deja atrás los parajes boscosos, resulta ideal para el uso de herramientas como la que denominan “láser puro”, que le otorga a un formato que normalmente consume la luz, la posibilidad de presentar imágenes con mucho mayor nitidez y brillo.
Son cautivadoras y vibrantes las visiones submarinas con perspectivas que solo podrían tenerse estando en el océano mismo, pero que en este caso obedece a un entorno extraordinario manufacturado con CGI y estilizado al máximo sin perder la naturalidad de la relación de los personajes con el mismo, gracias a que el proceso de captura de movimiento se filmó bajo el agua, logrando así una experiencia inmersiva de gran belleza, sobre un trayecto emocionante que va dejando suficientes puntales para que se vengan las secuelas y spin off.
“Avatar: el camino del agua”, al igual que su predecesora cuenta poco y sólo se rescata en ese sentido el discurso ecológico que no deja de ser importante, pero es un verdadero portento como espectáculo.