Crítica

Gato con botas: el último deseo, hay maullidos para rato

Este jueves se estrena la secuela del Gato con Botas, spin off de Shrek; se plasman las aventuras de Gato para recuperar sus vidas, pues ya solo le queda una

Crítica de la película Gato con Botas: El último deseo
Crítica de la película Gato con Botas: El último deseo Foto: Especial

Si bien el espíritu subversivo de la primer aventura de Shrek, el cual arremetió contra los estándares edulcorados de los cuentos de hadas consolidados principalmente por la todo poderosa Disney, resultó innovadora y marcó tendencia; la siguiente entrega fue superior al apostar por el tono épico de los relatos de caballería para impulsar la sátira, ahora también a cerca de la visión idílica y el afán comercializador de Hollywood.

Pero el asunto no paró ahí. Esta producción de 2004 se permitió hacer eco del ejercicio desarrollado en La Máscara del Zorro (1998), con un Antonio Banderas enfatizando la influencia que la historia del célebre bandolero mexicano Joaquín Murrieta tuvo en la creación del popular justiciero enmascarado de California; mezclando tal versión novohispana con las bases del original cuento popular europeo recopilado por Charles Perrault, y así introducir un entrañable, seductor y a veces arrogante paladín conocido como El Gato con Botas, cuya voz es la del propio Banderas.

Para sorpresa de muchos, el carisma del intrépido felino fue tal, que le valió protagonizar su propio spin off, a través del cual con aire arrabalero le delinearon un pasado entre amistades rotas y nuevas alianzas, lo suficientemente colorido y disparatado como para ponerse por encima de cualquier de las posteriores secuelas de la línea principal de Shrek.

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Tal estatus ahora lo hacen válido con una -en términos generales- bien lograda segunda parte, donde ya con las reglas establecidas y las presentaciones hechas, dan rienda suelta a la autoparodia, enriqueciendo así su propio universo, sin traicionar la esencia del concepto de “Ogros enamorados y burros parlantes” al que pertenece.

Así entonces, aquí nuestro protagonista, para evitar la muerte tras haberse acabado casi todas sus vidas gatunas, tendrá que ir en la búsqueda del mítico Último deseo, encontrándose con peligrosos competidores que tienen el mismo objetivo, mientras los caza recompensas están tras su cabeza. Claro que no estará solo en su travesía, y eso es lo que sirve de pretexto la vuelta de Kitty “Patitas Suaves”, cuya voz una vez más va por cuenta de Salma Hayek.

La premisa es simple pero muy conveniente para evolucionar a este gato, al enfrentarle con las consecuencias de embeberse con los excesos y asumirse casi como un Rockstar, lo cual le llevará primero a caer en el melodrama, para luego pasar por el hastío y terminar por replantear sus propias motivaciones y lealtades.

De tal modo, entre humor desenfadado y secuencias de acción con trepidantes agregados en animación 2D, mismos que junto con los códigos provenientes del wéstern le dan identidad; la propuesta hace una encantadora y divertida exposición sobre la naturaleza del héroe.

Otro acierto está en los personajes secundarios, que como parodias de los cuentos lucen mayores matices de los esperados, dígase por ejemplo Ricitos de Oro y los tres Ositos, cuyo conflicto familiar los lleva más allá de ser simples antagonistas.

Lástima que eso no sucede con el villano, y quizás es por ello que los momentos de la persecución que se enfocan en él, hacen tropezar el ritmo del pasaje. Como sea, éste cumple con su función de detonador para la confrontación que conlleva los cambios en la personalidad del Gato con botas, cuyo regreso a la pantalla grande, sin ser precisamente original ni mucho menos, posee una digna y estudiada elaboración como vehículo de entretenimiento, dejando en claro que aún tiene vitalidad para rato, e incluso como para darle un futuro nuevo empuje a la tierra de Muy, muy lejano.

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