Esa obsesión de James Gray por mantener los márgenes emocionales negándose incluso el llegar a implosionar, aferrándose a la ambigüedad como motor de la reflexión para dejar el relato en vilo, algo que tan bien le funcionara para elaborar la sugestiva y cautivadora —aunque a veces dispersa— travesía espacial existencialista titulada Ad Astra (2019); en El tiempo del Armagedón la enfoca al plano de lo social, con resultado irregular, pero no por ello menos personal e interesante.
Pese a aludir a la sobriedad para validarse, es evidente el freno que no suelta y le impide la contundencia total; sin embargo, también es innegable el compromiso con su discurso sobre la desigualdad que mantiene sin condescendencia de principio a fin, y en total comunión con una cámara casi inmutable, exponiendo así los crueles matices del momento en que el clasismo y la estigmatización se anidan derrocando la lealtad y la amistad como valores impolutos.
El pulso consistente en los recorridos es la principal herramienta para atender a las sutilezas, haciendo patente los afanes fallidos del mundo adulto por educar hombres íntegros, ante las necesidades inmediatas y un entorno displicente, optando por la hipocresía asumida y normalizada. Tal y como se establece desde la primera de las escenas donde el menosprecio y los prejuicios lo salpican todo, y que muestra la cena de la familia de origen judío del niño protagonista, donde la charla casual gira alrededor de que, en contraste con su hermano mayor, él asiste a una escuela pública de los suburbios neoyorkinos, la cual tiene alumnos afroamericanos reubicados.
Como de costumbre Anthony Hopkins —El padre (2020)—, entiende y asimila a la perfección el tono subyugado por el también director de Z la Ciudad Perdida (2016), y desde su papel del abuelo que con la lucidez de la experiencia trata de encauzar a su nieto, sin demasiados aspavientos se concentra en procesar cada sentimiento, otorgándole toda la humanidad necesaria a la propuesta fílmica.
Así entonces, aunque se queda corto en sus posibilidades, estamos ante un inteligente y conmovedor retrato de la etapa en que el idilio infantil, representado por el romanticismo que aún generaba la exploración espacial ante la amenaza bélica que marcó la política del presidente Ronald Reagan, se ve tentado y trasgredido por el elitismo, y es obligado a asimilar las formas no sólo cuestionables, sino reprobables, que le llevan a un mundo adulto donde las buenas intenciones van en la medida de mantenerse a salvo.
Y ése es El tiempo del Armagedón, un coming of age cuyo revelador desencanto le pone muy por encima del promedio en este tipo de producciones.