Encontrar algún resquicio que permita redimirse frente a los errores del pasado, mientras sigue sumergiéndose en la depresión. Un último y desesperado estertor para encontrar alivio ante la culpa, al tiempo que el cuerpo continúa en caída libre hacia las profundidades de la decadencia. Dos procesos con fuerzas inversamente proporcionales contenidas en un profesor de inglés en la búsqueda de restablecer el vínculo con su hija adolescente, persona cuyo estatismo, producto de la amargura y obligado ya por las condiciones de su organismo, hace de cualquiera de sus intentos de desplazamiento una verdadera proeza.
Es a este hombre atrapado en sí mismo que Brendan Fraser —George de la selva (1997), Dioses y monstruos (1998)— interpreta en el filme La ballena teniendo la serenidad como herramienta para establecer un recorrido emocional honesto y profundo, de transiciones sutiles y tan apabullante, que se pone incluso por encima de la voluntad inquebrantable con la que llevó su físico al extremo para lucir los 270 kilos requeridos por el papel, apoyado por el uso de una prótesis y del CGI (imágenes generadas por computadora).
Ante este portento interpretativo sorprendentemente se subyuga el estilo del director Darren Aronofsky —Réquiem por un sueño (2000)— definido por montajes que atentan contra los sentidos y puestas en escena impulsadas por un espíritu tremendista, sólo manteniendo intacto su obsesivo afán por recorrer y exaltar los rincones donde se resquebraja la dignidad de sus protagonistas y, que en este caso, prácticamente se encuentra en ruinas.
Tal acto de humildad al menos en la manufactura —porque de las disertaciones religiosas un tanto simplistas no nos salvamos—, con respecto a su propia propuesta por parte de quien también es responsable de películas como El cisne negro (2010) y ¡Madre! (2017), permite que pese a no lograr sortear las trampas de los mecanismos sensibleros de la fórmula, ni un traslado completo de las convenciones teatrales a las cuales evidentemente obedece, La ballena se sublime arropada por el desempeño de sus actores en personajes con el cariz necesario para alejarse del lugar común de la condescendencia en sus actitudes. Entre ellos destaca la joven Sadie Sink —La calle del terror I, II, III (2021), Stranger Things—, cuya réplica es enérgica y puntual para un Fraser en pleno estado de gracia , y que es por quien realmente vale la pena asomarse a este melodramático océano fílmico, que llega este jueves a las pantallas de México.