Ojalá en "Beau tiene miedo" todo mantuviera la fuerza de su primer tercio. Y es que es ahí en donde al seguir los pasos de hombre con serios problemas para relacionarse con su comunidad y que se medica constantemente, el otrora responsable de "Hereditary" (2018) y "Midsommar" (2019) muestra mayor solidez al ampliar el rango de su ya conocido enfoque comprometido en la exploración de la naturaleza del dolor y la catarsis que empuja el miedo, para presentar, a través de la comedia de situación secuencias salpicadas de sádicos toques de humor negro donde la urbanidad cotidiana se retuerce con la hostilidad crónica y el alarmismo de los medios que raya en el ridículo; elaborando así la lúcida y espeluznante exposición de uno de los males cada vez más recurrentes en la sociedad moderna, dígase el trastorno de ansiedad, así como de la paranoia heredada por el siglo XX y la esquizofrenia.
Algo que, además, sin que le tiemble el pulso al usar una cámara obsesionada con reflejar la visión convulsa del atormentado sujeto en cuestión, el director extiende a los ámbitos de aparente amabilidad con familias privilegiadas de los suburbios estadounidenses, cuyos intentos por compensar sus pérdidas e incapacidad emocional hace que hasta las buenas intenciones sean enfermizas.
Por desgracia, cuando impulsado por la culpa, el protagonista inicia propiamente su viaje con la intención de regresar a casa y reencontrarse con su manipuladora madre, lo que le sumerge en un proceso edípico febril que va y viene de la introspección a la expiación; la intermitencia se hace presente de forma irremediable en el relato.
Así, por un lado, es complejo y avasallador al conjugar el sentido dramático y lo semiótico hasta alcanzar el terreno del virtuosismo, sobre todo cuando esto lo pone al servicio de la reconstrucción emocional, como en la secuencia donde se vale de códigos teatrales reinterpretados a través de la ficción dentro de la ficción.
Pero, en contraste, también a ratos se deja consumir por el regodeo de sus propios planteamientos sobre las heridas entre padres e hijos y sus consecuentes estragos en la vida romántica y sexual, por lo que se vuelve disperso y anti climático hasta caer en lo ilustrativo.
Sin duda "Beau tiene miedo", que se basa en un corto de 2011 realizado por el mismo Ari Aster, pudo haber sido lo mejor de su filmografía, pero en cambio tenemos una película de momentos, eso sí, muchos de ellos brillantes y sumamente atrevidos, lo cual, pese a que a sus inconsistencias pueden volverle exhaustiva, ya es más que suficiente para ponerle por encima del promedio.
Se trata de un reto para el espectador con deseos de salir del estado de confort que ofrece el cine de mero entretenimiento, y una obra más que interesante para el público acostumbrado a los estudios de personaje.