Si bien en Barbie hay un minucioso traslado casi camp de la estética en colores pastel de los productos relacionados con la popular muñeca que desde hace más de siete décadas es parte de la cultura popular, y la historia recurre a lineamientos de fórmula, empezando por la consabida salida de su mundo por parte de la protagonista —que no expulsión como lo han planteado diversas sinopsis—; para nada debe considerarse que es un producto “plástico”, como tampoco se trata de un grito feminista de guerra per se, como lo indicaría el visionado en primera instancia.
Por el contrario estamos ante uno de los diálogos fílmicos más sensatos, irónicos y entretenidos sobre los roles de género de los últimos años, dentro de una de esas poco comunes propuestas que pese a estar acompañada de un gigantesco aparato comercial, pueden catalogarse como un blockbuster inteligente y crítico.
Este choque entre el ensueño de frívola perfección en el que vive Barbie, donde la segregación se normaliza tras la ingenuidad de una sonrisa —como en el caso del trato a su versión Embarazada—, y nuestra realidad de patriarcado afanado en la corrección política con base a la equidad obligada y no asumida con la que se disimula la misoginia, en este caso representado por ejecutivos y corporativismo, no es un simple pretexto para que surjan situaciones cómicas cuando ella busque asimilar en un nuevo contexto las convenciones que siempre ha seguido, sino una reflexión sobre su propia naturaleza, incluso a través de un Ken que no sabe cómo existir si no es a través de la chica para quien fue creado.
Es cierto que la sátira no alcanza los niveles a los que apunta, sobre todo por la idea de mantenerse dentro de los rangos de comedia para el gran público, pero salvo el alargar un par de números musicales por el mero gusto de lucirlos, es poco lo que se le puede reprochar a la película. Desde el replicar los códigos anatómicos que delimitan el comportamiento de la ficción dentro de la ficción y que adquieren un peso dramático fundamental para la trama, hasta la nostalgia que sirve para reivindicar el origen de la línea de juguetes, pasando por evidenciar con la inclusión de personajes específicos los errores en los que la marca de Mattel ha caído por su afán comercial, y los anacronismos que le llevaron a reforzar estereotipos, todo tiene sentido.
Por supuesto Barbie de Greta Gerwig funciona como entretenimiento y seguro hará que se vendan muchas más muñecas y muñecos, porque vaya que estos últimos resultan muy carismáticos y hasta entrañables, pero además de que reinventa el concepto original y lo deja listo para las exigencias sociales de este nuevo siglo, ofrece una exposición lucida, autocrítica y factible de múltiples lecturas sobre lo modelos de feminidad y masculinidad, que empuja a la necesaria conversación.