“Pedro”, este retrato del hombre detrás del artista no podría empezar de manera más conveniente que con ese par de minutos sobre la susceptibilidad de la abuela de la directora Liora Spilk ante las indicaciones que le da para lograr la escena, y que muestran mucho del porqué de su relación con alguien como el celebrado diseñador mexicano Pedro Friedeberg, la cual se convierte en la génesis del proyecto.
Y es que aunque en cada postal pareciera no ser necesario hacer mucho para mostrar la capacidad detonadora de visones laberínticas, alucinantes y burlonas, conectando con perspectivas de espacios cotidianos e incluso los objetos más simples a su alrededor, de quien ha sido considerado como el último surrealista —una de tantas etiquetas de las que reniega, como con la mayoría de los cuestionamientos que le arrojan—, en realidad en esta pelocula no se trata sobre su obra, sino acerca de su personalidad que ante el necesario seguimiento del día a día y las entrevistas, con respuestas como “yo no soy el último ni el primero de nada” echa por tierra las actitudes de pleitesía hacia su figura, evidenciando así lo estéril de la adulación.
La selección de los momentos mostrando algunas de sus manías y peculiaridades que rayan en la extravagancia, así como la irreverencia con la que de pronto trata sus propios trabajos, se equilibran sobrias con las lucidas e interesantes participaciones de gente como Elena Poniatowska y José Luis Cuevas, quienes dan un ejemplo del cómo referirle con agudeza y sensatez, valorando sus alcances y trascendencia sin endiosarle, apuntando la forma de convertirle en el tema de lo que podría ser una enriquecedora conversación.
Es una lástima que poco o nada se vea de sus procesos creativos, y que hacia el último tercio el relato renuncie a seguir detectando conexiones de su estilo con su entorno.
Sin embargo, esto se compensa en cierta medida cuando al mantener el registro del momento de crisis que enfrentó la propia directora durante la filmación y que tras el abandono redunda en un sentido reencuentro con el protagonista, el relato aprovecha para materializar la melancolía contenida de un hombre que pese a su genialidad y carácter esquivo no está exento de los estragos del paso irreversible del tiempo, mismos que ve reflejados a través de alguna antigua y entrañable amistad.
Sin duda este documental se convierte tanto en una muy disfrutable forma de encontrarse por primera vez con Pedro Friedeberg, como en el pretexto para descubrir algo más a cerca de él si es que ya se le conocía.