Con todo conocimiento de causa, no por nada ha sido el conductor de casi toda la saga fílmica, Francis Lawrence sabe sacar provecho de la oportunidad que le da el que esta vez el juego por la supervivencia en sí no es la línea principal de la narración y a partir de la historia de quien habrá de convertirse en el gran villano y presidente de Panem, se aboca a elaborar un personaje tan humano como la maldad misma. Estamos hablando de “Los Juegos del Hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes”.
Ya sin necesidad de explicar demasiado sobre las reglas que definen esta distopía, con los adornos y efectismos siempre controlados para evitar los acostumbrados regodeos, el director se concentra en la puntual profundidad del drama personal de su protagonistas interpretado con sutileza y convicción por un Tom Blyth —“Benediction” (2021)— de llamativa pero engañosa vulnerabilidad, para ir materializando sus motivaciones alimentadas por el afán de recuperar el estatus perdido de su familia, mientras tiene que lidiar con el clasismo, la manipulación e incluso el idealismo, viéndose obligado a tomar decisiones que le llevan a detonar su propia naturaleza que en conjunción con el asumir las consecuencias de sus actos, le habrán de convertir en el monstruo que ya todos conocíamos.
A través de su relación con el tributo del que en una estrategia por revolucionar los juegos le obligan a convertirse en mentor, es que logra la empatía con el espectador y coquetea con cierta redención, pero en el camino se asoman esos rasgos de su personalidad que nos dejan en claro que su enamoramiento obedece más a una necesidad de escaparse de sí mismo y de su entorno.
Todo además se mantiene en el correspondiente ritmo ascendente llevando a límite los hechos en la arena del Capitolio donde los jóvenes desarrapados y muertos de hambre se juegan la vida, para mantener así las dosis de acción y lograr una primera conclusión en todo lo alto y con giros en la trama que, aunque con cierta condescendencia refuerza lo insondable del destino de los personajes.
El problema viene con su último tercio, donde parecieran reiniciar la narración cual si se tratara de un episodio extra, que aunque no pierde el interés, pues es lo que le da sentido a todo lo anterior, no tiene la misma intensidad y peca de mostrar demasiado idílica la vida en el que se considera uno de los distritos más pobres.
Sin duda, es esta inconsistencia la que nos recuerda que aunque la protagonista Rachel Zegler —“Amor sin barreras” (2021)— canta muy bien, un poco menos en la duración de las canciones le hubiera caído de maravilla.
Cómo sea, la película se sostiene e incluso mantiene el ligero discurso sobre el convulsionado y despiadado proceso que conlleva la infame comercialización de la muerte y la influencia mediática, siempre ligado con lo que a final de cuentas es el recorrido del anti-héroe, dándose el lujo de algunas referencias extras que harán las delicias de los fans, convirtiéndose en una de las películas de la saga mejor logradas y quizás la más compleja a nivel de modelo de personaje.