Cada cierto tiempo llega a la pantalla grande una cómica exposición de los modelos de comportamiento juvenil, que gracias a su frescura y nivel de autoparodia logra colarse en el colectivo popular hasta convertirse en una ligera, pero entrañable película generacional. Ése es el caso de Chicas pesadas (2004), adaptación de la novela Queen Bees and Wannabes, de Rosalind Wiseman, que pese a ser una cinta de fórmula, se volvió una referencia y hoy tiene una peculiar reinterpretación basada en el musical que la llevó a los escenarios de Broadway, contando una vez más con la guionista responsable de todas las anteriores versiones, Tina Fey.
La versión original no es ni una obra de culto ni una gran película ni mucho menos, pero sí una propuesta que tuvo la honestidad y agudeza suficiente para entender y conectar con el lenguaje propio de un momento cultural específico, y en ese sentido, estas nuevas Chicas pesadas consiguen su cometido en la cinta.
Se presentan las andanzas de Cady, la chica recién llegada que comete el error de enamorarse del exnovio de quien se encuentra en la cima de la estructura social escolar, sufriendo como consecuencia el acoso que la llevará a traicionarse a sí misma. Sin embargo, no hay mayor aportación en cuanto a la presentación y desarrollo de personajes, incluso el del joven galán en cuestión se queda en el bosquejo en esta adaptación.
En la nueva versión de Chicas pesadas se incluyen elementos que definen la convivencia de estos jóvenes, como el uso de los diferentes dispositivos digitales, del Internet y de las redes sociales, para hacerlos comulgar con códigos teatrales y juegos de metaficción, cortesía de los dos mejores amigos de la protagonista, redondeando así un concepto estridente lleno de humor que se ensaña con la tradición de bailes y premiaciones, que rayan en el ridículo.
Por otro lado, aunque algunas coreografías acertadamente se atreven a bordear la sorna, como en el caso de la que hace una analogía con los animales salvajes, o lo convulsionado de las emociones que generan los desencuentros románticos, al igual que la mayoría de los musicales, no se salva de los regodeos que alargan innecesariamente las canciones en el filme.
Es lo anterior precisamente, lo que aunado a sus excesos visuales, hace que la película luzca un tanto artificiosa, pero no olvidemos que la obra original que le sirve como base tampoco tenía mucho fondo, así que podemos decir que esta nueva versión de Chicas pesadas, dirigida por Samantha Jayne y Arturo Perez Jr., al menos cumple como una entretenida apuesta. La cinta ya se encuentra en la cartelera mexicana.