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El Cuervo, la tragedia que reclama su lugar en la pantalla

Este nuevo The Crow, dirigido por Rupert Sanders, cumple como entretenimiento pero además tiene el potencial necesario para hacerse de un lugar propio

The Crow
The Crow Foto: Instagram

Cada generación tiene derecho a reclamar sus propios mitos fílmicos, y para ello era necesario que este regreso de la franquicia se distanciara de la muy apreciada primera película dirigida por Alex Proyas -Yo Robot (2004)- en 1994, para más bien plantearse como una nueva adaptación del célebre cómic de James O’Barr en la búsqueda de ganarse su propio sitio. Así es como se debe valorar y en ese sentido no hay demasiado que reprocharle.

Desde apostar por que los protagonistas de esta historia de amor malograda fueran dos almas perdidas a causa tanto de la indolencia del entorno como por decisiones erróneas propias de su juventud, desarrollando una trama que se da su tiempo en establecer el vínculo entre ambos y generar la empatía del espectador, yendo y viniendo entre las entrañas de los bajos fondos, algunos rincones de las altas cúpulas, y hasta las instalaciones del sistema de salud que con sus espacios dedicados a tratar las adicciones funciona más como un tipo reclusorio, dentro de una urbe que se erige indolente con edificios colosales, túneles, calles y avenidas solitarias; todo le va otorgando una identidad fría e industrial a ritmo del post punk de Joy Division y el indie rock de bandas como The Veils.

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Es ahí donde el grado de humanidad apenas se percibe hasta que emerge intenso con el romance, va encontrando sus símbolos con los tatuajes y otras marcas en la piel, y se manifiesta orgánico y salvaje en las escenas de acción cargadas de sangre y huesos rotos hasta culminar en un festín de violencia sumamente gráfica, la cual entra en comunión con la grandilocuencia teatral de un escenario que termina de dar forma a la brutal tragedia.

El concepto tiene alma, forma y mucho sentido, el problema está en el mecanismo de la película por sí mismo, empezando por el motivo que impulsa al perverso antagonista, el cual es la búsqueda de recuperar una especie de evidencia que se supone le representa una gran amenaza, y al revelarse resulta bastante intrascendente, sobre todo tomando el cuenta que estamos ante un mundo dominado por el contenido en redes sociales que han alcanzado los extremos una y otra vez. Está también lo desperdiciado de las implicaciones de que un ser que desde niño sabe la naturaleza del dolor, ahora tenga que sufrirlo cada que se regenera de las agresiones físicas que recibe.

Pero quizás el mayor error está en la sobreexplicación de su propia mitología, pues cuando las situaciones de por sí son bastante claras y las imágenes algo sugestivas, insisten en verbalizar lo que se acaba de ver, e incluso para ello introducen un sujeto que sirve de guía por el mundo espectral, que poco o nada aporta y resulta redundante.

Pese a lo anterior este nuevo The Crow dirigido por Rupert Sanders -La vigilante del futuro: Ghost in the Shell (2017)- y con Bill Skarsgård -Contra todos (2023)-encabezando el reparto, el cual llega tras cuarenta años de la primera adaptación fílmica del cómic, y luego de que la franquicia fuera explotada con fallidas secuelas y una muy regular serie de televisión, cumple como entretenimiento pero además tiene el potencial necesario para hacerse de un lugar propio.

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