En “El grosor del polvo”, esta historia sobre el como una mujer a quien le han arrebatado a su hija enfrenta que la vida pareciera seguir casi como si nada, la implosión del desarrollo hace aún más contundente la materialización de los matices de la resistencia ante la desaparición de un ser querido y el paso del tiempo que sigue sin importar el tamaño de la tragedia, con la rutina y la propia búsqueda como único sostén en una ciudad sorda e indolente cuyas pocas reacciones en su mayoría obedecen a la condescendencia.
Es una cámara de lánguido transitar la que, pese a desperdiciar hallazgos tales como las perspectivas desde los rincones en lo alto de los edificios que bosquejan la mirada impávida de la urbe y podrían haberse convertido en mustios pero necesarios contrastes para el ritmo que por momentos sede y se aplana, o las situaciones donde la percepción parece trastocada por lo repetitivo de los días; le sirve al director para conseguir su cometido de sumergir al espectador en este crudo trance que nunca se desborda y parece interminable, dándole la justa reivindicación al reclamo ahogado en las entrañas de las madres que luchan por que no éste no se pierda en la infame normalización y el olvido.
Por supuesto, Giovanna Zacarías —“Sonora” (2018), “Los Trapos Sucios se lavan en Casa” (2020)— en pleno estado de gracia actoral es el gran bastión de la propuesta, capaz de hacer transiciones dentro de la implosión emocional y revelar apenas con un pequeño gesto la convulsión que le provoca la disyuntiva de una posible revancha a una persona sumergida en la amargura y la frustración provocada por un sistema de justicia inoperante, y que en su cinismo incluso le empuja a ir contra su naturaleza.
“El Grosor del Polvo”, ópera prima del mexicano Jonathan Hernández y filmada en su mayoría dentro de los edificios de Tlatelolco y algunas calles contiguas, es una de esas propuestas que sin estar basadas en un hecho en específico, busca realidad y se compromete con los sentimientos en lo particular, para impactar en lo social hasta alcanzar la universalidad y poner rostro a las víctimas, convirtiéndose así en un profundo y necesario testimonio fílmico.
