Con un inesperado preludio, alimentado por la carnavalesca irreverencia propia del concepto de Paul Dini y Bruce Timm, que aludía a las películas de Tim Burton —Beetlejuice Beetlejuice (2024)— y que fue un parteaguas en el mundo de la animación de los años 90 con la serie Batman, la cinta Joker: Folie à Deux empieza por hacer una retorcida y divertida declaración de no aportar por repetir la fórmula, pese al éxito, y eso es algo que siempre se agradece en una secuela.
En su predecesora, Joker, creado por Bill Finger, Bob Kane y Jerry Robinson en 1949, fue retomado por el director Todd Phillips —The Hangover (2009)— para convertirlo en un patético receptáculo de un entorno carcomido por la indiferencia e ignorancia, evidenciando la crueldad y el cinismo del doble discurso que sostiene el orden institucional, lo cual dio como resultado que el personaje funcionara como un inconsciente agente del caos.
Sin embargo, en Joker: Folie à Deux el director lleva al personaje a ser víctima de él mismo dentro de una historia repleta de sorna, que entre hospitales psiquiátricos y tribunales, evoca al circo mediático actual y a ese afán de nuestra sociedad por convertir a los criminales en celebridades, para que luego nos sirvan como vehículos de expiación de nuestros pecados.
Todo lo anterior ocurre mientras se desarrolla un discurso subversivo y de autoparodia que lleva al frustrado comediante a enfrentar la disyuntiva de asumir sus sangrientos actos y consecuencias o acceder al subterfugio que le ofrece su mente fracturada.
Es precisamente su estado de locura y alterada percepción de la realidad, lo que sustenta las convenciones necesarias para la inclusión de bailes y canciones que con su retorcido espíritu festivo, de inicio, siempre aportan a la narrativa. Lástima que a pesar de no tratarse del todo de un musical, el recurso cae en los vicios del género, alargando dichas secuencias por el simple hecho de lucirlas, haciendo por momentos aburrido el resultado general del filme.
En la cinta, a veces Todd Phillips materializa la locura del personaje con sugestivas transiciones a la estética de las cámaras y videos análogos.
Para la evolución del protagonista, nuevamente interpretado por un Joaquin Phoenix —Napoleón (2023)—, siempre con altos niveles actorales, los detonadores que van desde pequeños sonidos a gestos, miradas y hasta señas, en su mayoría son sugestivos y contundentes, redundando en inquietantes visiones donde la maldad se asoma seductora, como aquella escena en la cual la cámara funciona encuadrando una disimulada viñeta que muestra cómo se sumerge en las sobras mientras enciende un cigarrillo.
Muchos de esos momentos además son perpetrados por una llamativa Harley Quinn, que aunque deja de lado los rasgos que la definen de origen en las series animadas que la vieron nacer, tales como la dependencia y falta de autoestima, sí mantiene ese impulso obsesivo que ahora la lleva a redimensionar lo que en los cómics de superhéroes se ha convertido en la más grande representación de las relaciones románticas tóxicas. Por desgracia, dicho personaje al que Lady Gaga —La casa Gucci (2021)— le aporta cierta profundidad y convincente presencia, nunca se le da el más mínimo desarrollo.
A esto hay que agregar que pese a la decisión cumbre de este Guasón, sorprende y es congruente con la propuesta, su destino final lo define algo casi anecdótico. Así que a esta Joker: Folie à Deux, que llega hoy a los cines, se le reconoce el atrevimiento de cambiar el chiste, pero al final, la broma funciona sólo a medias, no es un desastre y se puede llegar a disfrutar, pero para nada alcanza los niveles de aquella Joker del 2019.