Muere la actriz a los 78 años

Marisa Paredes, más allá y más acá de Almodóvar

La diva alcanzó la fama internacional después de filmes como Tacones lejanos, La flor de mi secreto y Todo sobre mi madre; con Arturo Ripstein trabajó en El coronel no tiene quien le escriba y Profundo carmesí

La actriz Marisa Paredes, en una foto de archivo.
La actriz Marisa Paredes, en una foto de archivo. Foto: Academia de Cine de España

De Marisa Paredes, quien murió ayer a los 78 años a causa de un infarto, toda ella eran piernas, elegancia y rostro aristocrático, se puede decir lo que sin querer queriendo se comenta muchas veces de las mejores películas españolas: “Es tan buena, que no parece española”. Tanto su físico estilizado, de belleza tan refinada que a veces casi ni parecía belleza, como su espléndido talento y talante dramático, la hicieron ideal para papeles sutiles y complejos, atormentados a veces, pero siempre sin aspavientos ni sobreactuaciones, que la situaban por encima del resto del reparto y añadían a cualquiera de sus cintas, por muy rabiosamente moderna que fuera, un algo de atemporal, decadente y secular. Un aire de gran dama del cine europeo de los años 50 a los 70, que el cineasta Pedro Almodóvar supo ver y aprovechar bien.

Sin duda fue el director manchego, obsesionado por la imagen y la idea misma de la diva, quien logró proyectar a Marisa Paredes sobre las pantallas internacionales, consagrándola como ícono de su cine, pero también descubriéndola para un buen puñado de realizadores de prestigio internacional, que no dudaron en llamarla. Arturo Ripstein, el desgarrado y cerebral genio mexicano del melodrama de nota roja, contó con ella para El coronel no tiene quien le escriba (1999) y para Profundo carmesí (1996). El surrealista chileno afrancesado Raúl Ruiz la emparejó con Marcelo Mastroianni en Tres vidas y una sola muerte (1996), y Roberto Benigni la aprovechó para La vida es bella (1997). Otros autores de prestigio que sumaron al suyo al de la actriz fueron el portugués Manoel de Oliveira, Amos Gitai, Alain Tanner o Cristina Comencini, sin duda al encontrarla a través de Almodóvar, pero sabiendo llevarla a sus propios territorios personales.

Mi querida Marisa… Nos dejas demasiado pronto. Te quiero. Buen viaje
Penélope Cruz, Actriz

Que Pedro Almodóvar descubrió o, si se prefiere, redescubrió a Marisa Paredes es indiscutible. La convirtió en la icónica Sor Estiércol de su sicalíptica y deliciosamente esperpéntica cinta Entre tinieblas (1983), película fundamental de los ochenta. A partir de ahí, pasó a ser una “Chica Almodóvar” absoluta. Tacones lejanos (1991), La flor de mi secreto (1995), que la llevó a las puertas del Goya sin traspasarlas, Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002) y La piel que habito (2011) no serían lo que fueron sin la presencia avasalladora de la talentosa actriz.

Pero hubo una Marisa Paredes pre-Almodóvar. De orígenes humildes, toda su aristocrática imagen y estilo eran tan naturales como su voz inconfundible y sensual. Su pasión por el teatro y la interpretación la llevaron pronto a las tablas y al cine, abriéndose paso en papeles pequeños, pero vistosos como en la pionera del fantaterror ibérico Gritos en la noche (1962) de Jesús Franco. Fue con Fernando Fernán Gómez, en El mundo sigue (1965), con quien empezó a descubrir la relevancia del cine.

Fallece una leyenda, una presencia inmortal del cine español y más allá de sus fronteras. Marisa Paredes tenía ese aura de mito, pero era también una mujer cercana, empática y siempre atenta hacia tu persona. La vamos a echar muchísimo de menos
Juan Antonio Bayona, Director

Ya en los ochenta, Ópera prima (1980) y después Entre tinieblas, la llevarían al territorio de modernos y posmodernos, consagrándola musa de un cine español que lo que iba perdiendo en industria y éxito popular.

Marisa Paredes venía a ser algo demasiado bueno para ser verdad: un eslabón perdido y reencontrado entre el exquisito buen hacer, la profesionalidad y el estilo del teatro, el cine y la televisión clásicos.

Algo que, para quienes gustamos de las anomalías del género fantástico, la convirtió también en presencia fundamental para títulos como Pastel de sangre (1971), El espinazo del diablo (2001), del mexicano Guillermo del Toro y, sobre todo, Tras el cristal (1986).

No solo fue una chica Almodóvar. También fue una chica Ripstein en la delirante Profundo carmesí y en El coronel no tiene quien le escriba. Gracias, Marisa Paredes, por haber compartido tu grandeza en el cine mexicano. Sigues brillando en él
IMCINE

De una cosa podemos estar bien seguros, y es que con la desaparición de Marisa Paredes, más allá y más acá de su mito como musa de Almodóvar, se ha roto el molde. Ya no habrá más como ella, capaces de unir en una sola y única presencia, con una sola y ronca voz, las augustas virtudes de la escena clásica con la frívola elegancia de la modernidad más descarada y natural.

Con información de Jesús Palacios, La Razón de España