Al no estar delimitada por las exigencias de ser la adaptación al CGI de un clásico de la talla de “El Rey León” (1994), como le sucedió a su predecesora dirigida en 2019 por el artesano fílmico Jon Favreau —“El libro de la selva” (2016)—; esta precuela sobre el cachorro Mufasa, quien tras perder a sus padres y ser adoptado por una manada de leones habrá de convertirse en soberano, desde un principio tuvo un amplio campo de libertad creativa en lo que se refiere a la historia, lo cual hasta donde se lo permite la todo poderosa Disney, lo aprovecha el director Barry Jenkins con planteamientos no solo fuertes a nivel dramático, sino con el potencial para tocar temas interesantes como la concepción de la realeza con base a la sangre y el origen de un nuevo linaje, amén de lo matices que humanizan el arquetipo del villano como producto del entorno social y el legado familiar en conjunción con sus debilidades.
La trama sabe a lo que va, así que la afable y encantadora relación entre los dos protagonistas llega pronto, y conforme estos avanzan en su travesía acechados por un grupo de depredadores despiadados se van sembrando los futuros detonantes de lo que como ya sabemos se convertirá en una fatal rivalidad entre hermanos.
Lástima que el también responsable de películas como “Si la colonia hablara” (2018), en el momento indicado no se decide a llevar las disyuntivas a los niveles de intensidad requeridos por las confrontaciones, concentrándose más en la aventura que en el drama, por lo que todo el asunto es un tanto inconsistente.
Algo a lo que tampoco le ayuda mucho lo desangelado de la mayoría de las canciones y la interrupción de las simpáticas pero en veces innecesariamente extensas y ociosas intervenciones de Timón y Pumba, quienes funcionan como oyentes del pasaje junto con Kiara, hija de Zimba, en lo que por otro lado sí resulta una encantadora recuperación de los tradicionales cuenta cuentos, en este caso representados por Rafiki, cuya línea argumental dentro de su narración es la que curiosamente mejor se hilvana.
De tal modo es que los vínculos emocionales entre Mufasa y quien luego será Scar, la forma en que estos se fracturan, la relación que establece con el resto de los animales y la pleitesía que le rinden, están dentro del relato y se entienden, pero nunca estallan en plenitud siendo sobrepasados por las peleas y persecuciones. Pero bueno, al menos esto, aunado al deslumbrante acabado visual de la propuesta cuyo afán realista tiene el acierto de permitirse una mucho mayor expresividad en los rostros, hace que la película sea siempre entretenida y espectacular entregando de paso algunas escenas conmovedoras.