La carga onírica que Nosferatu (1922), de F. W. Murnau, proyectaba a través de siluetas alargándose espectrales entre escenarios pesadillescos, como inefable extensión de los temores que atormentaban las sociedades europeas de principios del siglo pasado, y poderosa representante del expresionismo alemán, en esta nueva versión perpetrada por Robert Eggers —El hombre del Norte (2022)— se revitaliza con una cámara que deambula alimentando el desasosiego de visiones donde la exigua calidez humana se escurre entre los rincones de viejos caserones y calles lluviosas con seres buscando el escape de un aterrador destino de epidemia latente, en contraste con secuencias de grises salpicados de tenues colores donde, eventualmente, se desdibujan las líneas divisorias de los espacios al ser consumidos por las sombras, para así materializar en la irrupción del vampiro y la peste que le acompaña, las ansiedades alimentadas por los prejuicios y el miedo.
Es de ahí que surgen los planteamientos sobre la ciencia que, entre lo religioso y lo insano, traiciona sus propios postulados de búsqueda del conocimiento al convertirse en una herramienta de negación ante lo inexplicable. Un choque de posturas representado por Willem Dafoe —Spider Man: Sin camino a casa (2021), Pobres criaturas (2023)— que en el rol del profesor que llega a auxiliar en el caso de una mujer afectada por convulsos pasajes nocturnos, juega con certeza entre lo brillante y la extravagancia al borde de la locura.
Por el contrario, al desafortunado agente inmobiliario protagonista interpretado por Nicholas Hoult —Renfield: Asistente de vampiro (2023)—, esposo de dicha joven que se convierte en el objeto de la obsesión del monstruo que habrá de atravesar el océano hasta alcanzarla sembrando el horror a su paso, no posee la evolución necesaria, pues desde un principio muestra un semblante tan pusilánime como durante el trayecto febril del relato y el dramático desenlace. Sin embargo, tal rasgo de personalidad es suficiente para dar las réplicas detonadoras de las situaciones que guían la trama sobre el encuentro entre la chica encarnada por una Lily-Rose Depp —Wolf (2021), Voyagers (2021)— que, pese a que no se atienden demasiado sus transiciones de personaje, sabe delinear los polos opuestos de su estado que va de la ternura melancólica a la perturbadora posesión, y el Conde Orlok, papel a cargo de Bill Skarsgård —It (2017), El cuervo (2024)— quien, conjugando un minucioso trabajo de maquillaje y una voz profunda producto del entrenamiento operístico, aprovecha para hacerlo lucir más terrorífico y repulsivo que nunca.
Al final, esta Nosferatu es una de las obras del otrora director de La Bruja (2015) y El Faro (2019) menos complejas en cuanto a simbolismos, pero la sofisticada y seductora estilización que suele ofrecer y que aquí lleva a niveles superlativos, sigue acompañada de un discurso sólido y sugestivo, digna del clásico indeleble y aún espeluznante que retoma.