Desde que se dio el más reciente boom de las franquicias interconectadas, consolidado por el Marvelverse y luego impulsado por una de las marcas precursoras de este tipo de formato fílmico, por ejemplo, Godzilla y su Monsterverse, Universal ha realizado varios intentos fallidos por cuajar el llamado Dark Universe, cuyos protagonistas son los monstruos clásicos, como Frankenstein y Drácula, redundando en fracasos como La momia, de 2017, superproducción que tuvo al mismísimo Tom Cruise encabezando el reparto.
Desafortunadamente y pese a que ahora deciden retomar las líneas argumentales independientes, con el nuevo filme Hombre lobo las circunstancias en ese sentido no cambian demasiado, aunque hay que reconocer algunos llamativos planteamientos que la salvan de la completa quema. La película es dirigida por Leigh Whannell, quien encontró su mejor momento con Upgrade: Máquina asesina (2018) y entregó una propuesta algo interesante y entretenida, pero no del todo bien lograda en El hombre invisible (2020).
En esta nueva cinta, los espectadores siguen los pasos de un escritor que, junto con su esposa periodista y su pequeña hija, visita la vieja propiedad de su padre, ubicada en la mitad de las montañas. Esta trama sólo les sirve para retomar los usuales lineamientos que incluyen el eventual y fortuito encuentro con una feroz criatura en medio de la carretera, sino que la aprovechan para aludir a la fórmula de las historias en las que los personajes se quedan atrapados en casonas aisladas y bajo el acecho de alguna amenaza.
Es dicho escenario de encierro lo que le permite a la película enfocarse en el proceso de la terrorífica transformación del protagonista, la cual esta vez apunta más a lo repugnante y al gore, para a partir de ahí presentar una llamativa variante con respecto a la forma en que ve y se comunica el hombre lobo, insertando breves visiones donde enrarecidos e intensos toques de luz siluetean la oscuridad, como si la agrietaran.
El problema está en que, al recargar más el concepto en su interpretación como enfermedad, que como estigma sobrenatural, descuidan el desarrollo psicológico y la carga emocional que no sólo debería sustentar el discurso sobre la paternidad que plantean de inicio y que se deja en un bosquejo, sino también lo perturbador de la situación y la disyuntiva que enfrentarán los personajes.
Aunque la cámara con sus juegos de perspectivas y trayectos furtivos logra proyectar los contrastes entre lo convulso y la incertidumbre, éstos languidecen irremediablemente, dejando a este Hombre lobo a medio camino entre el aullido y el bostezo. Hoy llega a los cines.