Tras ese pequeño tropiezo que representó la gris "El Primer Hombre en la Luna" (2018), Damien Chazelle saca el mayor provecho de lo que mejor sabe hacer, y con la música íntimamente ligada a la narrativa para que no sólo determine la vitalidad del concepto, sino que los mismos compases se conviertan en cómplices detonadores de los conflictos, en "Babylon" ofrece una energética sinfonía que expone con dosis de autoparodia a ese perfecto y genial absurdo en que se convierte el hacer y vivir el cine, mientras además le rinde tributo.
Desde la primera escena con un mexicano, en su afán de responder a los caprichos de la industria cinematográfica descontrolada, la cual luego explota en una fiesta que pareciera interminable, dimensionando a un actor en la cumbre de la fama, para luego dar pie a la entrada de la clásica joven en la búsqueda de convertirse en estrella; el también responsable de "Whiplash" (2014) y "La La Land" (2016) marca líneas argumentales, que quizás no son precisamente novedosas, pero son ideales para iniciar un recorrido vertiginoso, vibrante y lleno tanto de sorna como de melancolía, por el camino sin retorno entre la miseria social y la decadencia que se esconde dentro del glamour, en el que la combinación de la necesidad y la ilusión subyugan al individuo ante la deslumbrante posibilidad de ser parte de la ensoñación.
Incluso, al referir la ansiedad que viven estas criaturas ante la irrupción del uso del sonido para la pantalla, el desarrollo mantiene el espíritu festivo, acompañándoles hasta llegar al borde del precipicio donde se resquebraja su estilo de vida.
Es así que encuentra una de las mejores secuencias en el preludio a la fatalidad, hilvanado sobre las repeticiones de una escena propias de las filmaciones, que se convierten en el pulso del trayecto que acelera hasta reventar en la realidad.
Sin duda, se le puede reprochar la inclusión de una visita al psiquiátrico, que, pese a tratarse de una clara referencia, aporta muy poco a la trama y cae en la obviedad. Lo mismo el montaje final de imágenes que innecesariamente resume el camino del séptimo arte hasta llegar a la actualidad y que no es más que un homenaje facilón.
Sin embargo, nada de esto echa a perder la embriagadora experiencia que ofrece el director, quien con su deliciosa "Babylon", vaya que sabe mostrar a aquel Hollywood siendo más Hollywood que nunca, con toda su locura y candor autodestructivo, pletórico de ideas y atrevimientos que como bien se puede ver en la película, la mayoría sólo podrían surgir de esas borracheras que se sublevan en la resaca, y se discutían en calzoncillos al iniciar el día, aún antes de ducharse y volver al set.