Independientemente de lo bien o mal logrado de las películas que integran el universo expandido de Marvel, este sigue siendo efectivo como tal y encaminándose a su siguiente objetivo, que es replicar en la pantalla el formato de los cómics donde ya con un escenario y reglas establecidas, se permite jugar con las convenciones del molde del superhéroe, abriendo de poco el mosaico de enfoques, para que el público disfrute de sus productos sin depender por completo de las interconexiones. Especialmente si tiene sabor a México y actúa Tenoch Huerta.
De tal modo que en “Black Panther: Wakanda Forever” vemos cómo los personajes obedecen más a la naturaleza de la fantasía épica, con batallas entre civilizaciones extraordinarias, impulsadas por conflictos políticos y revestidas con los mitos, dejando casi por completo los acostumbrados toques graciosos del estilo Disney, o al menos los que son a propósito —lástima de su explicación del origen del nombre Namor, que raya en el humor involuntario—, apostando por la sobriedad.
Esto último, debido a que tras el triste fallecimiento de Chadwick Boseman, “Black Panther: Wakanda Forever” se plantea como réquiem fílmico.
Desde el drama contenido del preludio, que da pie al silencio profundo de los créditos iniciales materializando el vínculo entre el público y el estudio para rendir tributo, hasta el trayecto de la futura portadora del manto de la Pantera Negra, quien se debate entre el dolor, la venganza y su descreencia; todo apunta a la evocación tanto a la persona, como al personaje del protagonista de la primera entrega de la saga, justificada dentro de la trama para empujar la evolución de un concepto donde los modelos femeninos fuertes e interesantes están normalizados, y encuentran su mejor momento con la secuencia de persecución en la ciudad donde las protagonistas lucen una química innegable.
En cuanto a la presentación de Namor, que también es conocido como Submariner, y que era una de las principales preocupaciones de los fans, aunque levantará ámpulas entre los puristas, resulta satisfactoria y a la altura del antihéroe que apareciera por primera vez los 30.
La interpretación del misticismo intrínseco de las culturas prehispánicas, aunque retomado de manera superficial, es decir más por la estética que por su significado y mucho menos espiritualidad, hasta cierto punto es comprometida apostando incluso por el uso del idioma maya, lo cual redunda en una reconversión del personaje que aunque es evidente que también obedece al cumplimiento de cierta cuota y a los intereses económicos, es igual de significativa cómo parte de la necesaria representatividad en el entretenimiento de alto perfil.
Además, se mantienen rasgos básicos del mismo, al acentuar desde las primeras escenas lo enigmático de su presencia y la ambigüedad de sus actitudes, lo que Tenoch Huerta sabe aprovechar para delinear una amenazadora personalidad con miradas intensas en contraste con la voz atenuada, que apunta a un descontrol latente.
Pero no todo es pasear en aguas tranquilas para el director Ryan Coogler —“Creed” (2015)—, quien casi se sabotea al romper la atmósfera que viene construyendo alrededor de los habitantes submarinos con base a pinceladas sonoras de espíritu prehispánico, cambiándoles por un tema de fórmula más contemporáneo a la hora de lucir la ciudad bajo el océano.
Lo mismo sucede con la ficción, cuando la estrategia de combate de los wakandianos no corresponde a la habilidad militar que presumen desde siempre, además de lo infantil de la trampa final que elaboran. Y qué decir del diseño de la armadura de quien habrá de ser conocida como Iron Heart, excesivo y genérico.
Pero bueno, tales tropiezos no son trascendentales gracias a la convicción para con los objetivos y el oficio en la ejecución al equilibrar el espectáculo con la emotividad del proceso para asimilar la pérdida, evitando así el completo artificio y sin ser del todo consistente, cumplir como sentido homenaje, y eficaz cambio de estafeta e introducción de personajes.