Con la muerte de Vicente Fernández perdemos al último de los grandes de la música ranchera: vocalista cabal que no se apoyó en los alcances de la televisión para triunfar entre la gente en una cruzada de palenque en palenque, de una comarca a otra, en las cantinas, en las vitrolas, en los encomios de la muchedumbre de los estadios desbordados, en el silbo adolorido del amante desahuciado, en el sorbo del trago de tequila, en el rezo del desconsuelo que suscribe el desamor.
Heredero de la gallardía vocal de Jorge Negrete y de los derroches sentimentales de José Alfredo Jiménez: Vicente Fernández es descendiente de esa selecta estirpe integrada por Pedro Infante, Javier Solís, Tito Guízar, Miguel Aceves Mejía, José Ángel Espinosa, Ferrusquilla y Antonio Aguilar. El intérprete de “Mujeres divinas” se sitúa en los linderos de los legendarios charros cantores de la tradición musical de México y los crooners (Alejandro Fernández, Pepe Aguilar, Pedro Fernández...) del bolero ranchero-pop que se impusieron en los escenarios de los años 80 del siglo XX con la complicidad del acompañamiento del mariachi.
Las rancheras, protagonistas de las emisoras radiales, cantinas y palenques. Textos melancólicos, bálsamo para paliar las tajaduras engendradas por la malquerencia, cantadas a todo pecho en bares, entre trago y trago de tequila, con la figura del varón ranchero (macho curtido) desmoronado por un rechazo sentimental. Entre esos impetuosos cánticos charros sobresalen los bordones pronunciados por Vicente Fernández.
El vocalista que repletó el Estadio Azteca en el concierto de despedida de su retiro de los escenarios (16 de abril, 2016) —véase la placa “Un Azteca en el Azteca”, Sony Music, 2016—mantuvo vivo un legado musical durante más de 50 años de una carrera cargada de éxitos y no exenta de polémicas. “Es y seguirá siendo el número uno. En este momento no hay quien los sustituya”, ha dicho Martín Urieta, compositor mexicano que ha suscrito muchos de los temas (aproximadamente, 25 canciones) notables modulados por el Rey de las Rancheras.
"Mientras ustedes no dejen de aplaudir, yo no dejo de cantar": decía en los conciertos y la algarabía se multiplicaba. El escenario era su patria; el diálogo con las multitudes, su carta credencial. ¿Podremos olvidarnos de Vicente Fernández? ¿Cómo borrar un eco?: Imposible. Resuenan en los feudos de este encierro pandémico “Volver volver”, “La ley del monte”, “Cruz de olvido”, “Mujeres divinas”, “Lástima que seas ajena”, “Por tu maldito amor”, “El último beso”, “Cien años”, “Muriendo de amor”, “A mi manera”, “Aca entre nos”, “Que te vaya bonito”, “Si acaso vuelves”, “Los cazahuates”, “El último de la fila”... Y entonces, nos preguntamos ¿De qué manera te olvidamos, Chente?
Vicente Fernández se entregaba a los auditorios, hijo auténtico del pueblo, proveniente de un humilde barrio. Chente sigue cantando: el público no deja de aplaudir. “Cuando escucho el aplauso del público no sé de dónde me viene la voz, pero la sostengo durante tres horas. Hay que preguntarle a Dios para averiguar por qué me bendice cada vez que canto", dijo alguna vez en una entrevista.
Descendiente de la región que más ha influido en la evolución y desarrollo de los géneros campiranos —Jalisco—, Vicente Fernández nació en Huentitlán el Alto el 17 de febrero de 1940. Aprendió los secretos de las cuerdas de la guitarra desde los ocho años de edad, se traslada a la capital tapatía en la búsqueda de nuevos horizontes. Participa en concursos de aficionados de la radio y televisión hasta que en 1969 se alza con el triunfo en un certamen organizado por el canal 4 de Guadalajara. Pronto los ejecutivos de sellos disqueros empezaron a interesarse por él. La primera grabación en un estudio: la canción, “A dónde vas que más valga”.
Se afinca en la Ciudad de México y es fichado por la casa grabadora CBS (hoy Sony Music) donde se impone con dos temas “Perdóname” y “Cantina de mi barrio”. Figura protagónica en el filme “El hijo del pueblo” en el cual registra el éxito “Las llaves de mi alma”. Admirador incondicional de Javier Solís, su particular timbre de tenor y prodigioso uso de las octavas lo llevaron a una larga temporada en el Teatro Blanquita. Indiscutiblemente, el intérprete ranchero más destacado de los años 80 y 90.
En los 50 surge la modalidad del bolero ranchero: genero híbrido (bolero y ranchera). Decadencia del bolero típico romántico y presencia de músicos como Rubén Fuentes y Alberto Cervantes en la explotación de los prodigios vocales de Pedro Infante, hicieron posible que la variante bolero ranchero alcanzara popularidad con temas icónicos: “Amorcito corazón”, “Cien años”, “Llegaste tarde”, “Un presentimiento” y “Qué te pasa corazón”, entre otras piezas emblemáticas. Vicente Fernández también incursionó en el bolero ranchero: “Gema”, “Dos almas”, “Sabrás que te quiero”, “Motivos, me caso el sábado”, “Yo quiero ser”, “Urge”, “A pesar de todo”... Grabó, en los inicios de su contratación con CBS, el acreditado bolero de Manzanero “Parece que fue ayer”.
La desaparición física del Charro de Huentitlán deja pasmado a millones de seguidores, quienes nunca van a concebir su retirada. Trayectoria de más de 50 años: tomó prestados los versos de “El Rey”, de José Alfredo, hizo siempre lo que quiso, su palabra se moldeó como ley. Tuvo trono y reina, el público lo comprendió, lo glorificó y ahora, en este ramalazo, lo proclama Monarca.
Supo designar nuestras turbaciones sentimentales, nuestros desengaños y nos instruyó para saber compensar las estelas de los ponzoñosos amores: mañas aprendidas en las modulaciones vehementes que hizo de los temas del admirable autor de “Si nos dejan”. Vamos a sollozar por la usencia de las recitaciones del cantor de música ranchera, vendedor de más de 50 millones de discos; vamos a extrañar la sugerente estampa escénica siempre con los atavíos de charro que impuso; la impetuosa gracia y desafiante porte se queda grabado en los ojos de millones de admiradores de Latinoamérica, España y Estados Unidos.
Retumba “México lindo y querido” la composición de Chucho Monge, que enaltece los gestos y urgencias de este México amado. “Voz de la guitarra mía / Al despertar la mañana /Quiere cantar su alegría /A mi tierra mexicana. // Yo le canto a sus volcanes /A sus praderas y flores / Que son como talismanes /Del amor de mis amores.// México Lindo y Querido /Si muero lejos de ti / Que digan que estoy dormido / Y que me traigan aquí”: Vicente Fernández no ha muerto: vibra en los acordes inagotables de la canción ranchera.