Aquí es como si los delirios frankenstenianos del célebre James Whale -The Bride of Frankenstein (1935)- se encuentran con los postulados sacrílegos del siempre complejo Peter Greenaway -The Baby of Mâcon (1993)-, para alimentar una tétrica y sádica comedia protagonizada por un retorcido cirujano y su insólita creación, la cual expone al ser humano como su propio y grotesco reinventor, gritándole al mundo “eres tú propia madre, eres tú propio padre” mientras se ríe a carcajadas de lo irónico de su situación y de ese gran chiste llamado existencia.
A eso es que obedece la decantación física que de inicio nos presenta el director en toda su escatológica magnitud, para luego dar paso al desarrollo de un personaje en el que la reducción de los impulsos naturales y los sentimientos hasta su estado más básico es la base ideal para que cuestione convenciones sociales, posturas ideológicas, sistemas económicos y doctrinas políticas, además de perpetrar sus acostumbrados replanteamientos de los roles de género y de conceptos como el de la dignidad.
El contraste que consigue con la extravagancia de la puesta en escena y el juego de colores que van de lo vibrante a los difuminados entre grises y negros acentuados, con el uso del gran angular para nuevamente enrarecerlo todo, le sirve para exacerbar lo ridículo de las pretensiones del hombre por sentirse dueño de sí mismo y dominador de su entorno imponiendo estructuras que le deforman con tal de ocultar sus vicios y debilidades.
Los acordes distorsionados que acompañan las visiones y se hacen presentes incluso dentro de la ficción redundando en simbolismos como el del piano, las escaleras, y otros elementos arquitectónicos, es lo que termina de trastocar la percepción del espectador para enfrentarlo con la naturaleza humana expuesta en una genial y oscura sinfonía fílmica.
Yorgos Lanthimos, responsable de propuestas como El Sacrificio de un siervo sagrado (2017) con su inquietante y abrumador juego mental, o La Favorita (2018) y su obsceno recorrido de los niveles de humillación, encuentra en Emma Stone - La La Land (2016)-y sus lúcidos atrevimientos que lleva al virtuosismo a la hora de hacer válida la desfachatez que exige la labor actoral, mostrándose además como nunca antes la habíamos visto; a la cómplice ideal para que pese a ciertos regodeos en algunas de las secuencias, entregar con Pobres Criaturas su mejor película, la confirmación de uno de los cineastas más interesantes y poco convencionales dentro del panorama donde casi todo lo es.