Por más cariño que uno le tiene al legendario Harrison Ford, su regreso como Indiana Jones, uno de los personajes icónicos de los años 80, y que junto con su Rick Deckard, de Blade Runner (1982), y su Han Solo, en Star Wars, le otorgara un lugar indeleble en la historia del cine, es algo que después de tantos años no estaba en la lista de deseos. Mucho menos cuando se anunció que los legendarios Steven Spielberg y George Lucas, creadores de la franquicia, dejarían sus lugares de director y guionista, respectivamente.
Quizás lo único alentador más allá de la nostalgia, era el hecho de que el elegido para ponerse tras las cámaras no era otro que James Mangold, quien con Logan (2017) ya había demostrado su enorme capacidad para desarrollar y explotar el lado decadente del aventurero cínico y un poco amargado, pero de buen corazón.
Irónicamente en Indiana Jones y el dial del destino, es cuando con ayuda del CGI rejuvenece a su protagonista y se aboca al desenfadado tono clásico de la saga, entre intensos y divertidos juegos espaciales muy bien calculados para no poner en evidencia el que la capacidad física y la velocidad ya no son las mismas; que el director hace funcionar el mecanismo para un miniepisodio inicial donde sientan los antecedentes de lo que será la nueva aventura, relacionada con la búsqueda de una reliquia, y que por sí mismo ya hace que valga la pena el reencuentro.
Lástima que después entrega un largo pasaje con persecución a caballo incluida, donde hace lo contrario. La acción la lleva a terrenos a los que Indy ya no corresponde por la edad en la que la trama hace énfasis, pero además la ejecución es accidentada, rompe la verosimilitud de las distintas situaciones según su propio planteamiento, y aporta poco y nada.
Después, aunque recuperan el paso entre las consabidas persecuciones, cambios en la obtención y posesión de los objetos y pistas encontradas, y cuentan con un villano efectivo gracias a la sobriedad de Mads Mikkelsen, los toques de autoparodia y el humor nunca explotan del todo debido a lo genérico de los coprotagonistas y lo endeble de sus motivaciones.
Lo mismo sucede con el dramatismo que pretenden otorgarle al punto mas álgido del clímax cuando ya han bordeado la frontera entre lo real y lo fantástico que siempre había mantenido la saga, con el veterano personaje tomando una decisión poco desarrollada y mucho menos sustentada, de la cual lo único que se agradece es a lo que conduce para una nostálgica conclusión.
El filme no es un completo desastre y no hace pedazos la leyenda, pero no deja de sentirse innecesaria para la franquicia y naufraga como entretenimiento.