Un día como hoy, pero de hace 50 años, se estrenó El castillo de la pureza, una de las películas más emblemáticas de la historia del cine en México. Su director, Arturo Ripstein, relató a La Razón cómo, a pesar de ser un joven cineasta, tenía 27 años, defendió su visión y junto con un talentoso equipo, logró realizar una cinta que hoy sigue muy vigente.
El castillo de la pureza fue protagonizada por los actores Claudio Brook, Rita Macedo, Arturo Beristáin, Diana Bracho y Gladys Bermejo. Contó con la participación de Alex Phillips como fotógrafo y Manuel Fontanals en el diseño de producción y fue respaldada por Angélica Ortiz como productora.
“El equipo que tenía era magnífico. Siempre se me ocurrió pensar que el genio de un director de cine consiste en rodearse de la mejor gente posible y dejarlos hacer lo que hacen sin demasiadas interferencias. En el caso de El castillo de la pureza así fue y el resultado, al final de cuentas, es que ha aguantado 50 años”, destacó el también realizador de cintas como El lugar sin límites y El diablo entre las piernas.
Ripstein resaltó el trabajo de todos los involucrados y calificó el rodaje como “muy divertido”, aunque hubo momentos previos a la filmación un tanto ríspidos, pues cuando el guion estaba casi listo, la actriz Dolores del Río le preguntó a quién tenía considerado para interpretar al padre de familia inspirado en Rafael Pérez Hernández, hombre quien en la vida real mantuvo secuestrados a su esposa y a sus seis hijos durante 18 años, el joven cineasta respondió que él quería que fuera Fernando Rey, pero ni la actriz, ni el resto de los productores estuvieron de acuerdo con la propuesta.
“Un día me llamó Dolores del Río y me dijo: ‘No, yo quiero que sea Ignacio López Tarso’, y yo le dije: ‘No, Ignacio López Tarso a mí no me convence porque yo necesito a un hombre de cara serena y no la cara tan fuerte y poderosa de López Tarso’”, relató Ripstein.
El director recordó que cuando llegó la última lectura de guion, Manuel Barbachano, productor de la cinta, le confirmó que habían tomado la decisión de poner a Ignacio López Tarso como protagonista. Ripstein se negó a hacer la película, por lo que, de acuerdo con el cineasta, Barbachano dijo: “Bueno, entonces vamos a tener que cambiar de director”.
“Pues van a tener que cambiar de director, de guionista y de guion, porque es mío”, respondió Ripstein. Barbachano sorprendido volteó a ver a su jefe de producción y le cuestionó: “¿No los contrataste y no les has pagado?”, a lo que el jefe de producción respondió avergonzado: “No, no les he pagado, ni tienen contrato”.
Arturo Ripstein comentó: “Me paré en ese momento, tendría como 27 años, y solemne, como solamente un joven puede serlo, les dije: ‘Señora Dolores del Río, señor Manuel Barbachano, señor Gabriel Figueroa, quedan ustedes despedidos’, agarré dignamente mi guion y me salí ante la cara de perplejidad de José Emilio Pacheco, quien me dijo: ‘No nos van a pagar’ y yo respondí: ‘ya veremos’.”
El cineasta contó que se encontró con la productora Angélica Ortiz, a quien conocía desde niño, y le contó lo que había sucedido. Ella le pidió el guion para revisarlo y se comprometió a llamarlo “para ver qué se podía hacer”.
“En una o dos semanas me llamó Angélica Ortiz y me dijo: ‘Me gustó muchísimo el guion, vamos a ver a Rodolfo Echeverría’”, relató Arturo Ripstein, quien apuntó que a partir de ahí arrancaron con la filmación y pudieron concluir el largometraje “sin mayores tropiezos”.
Filme pensado para Buñuel
La historia del perturbador suceso de 1959, el rapto de Rafael Pérez Hernández hacia su familia para evitar que se “contaminaran” con el exterior, llamó la atención de todo el mundo, incluyendo escritores, dramaturgos y cineastas. La historia de El químico secuestrador, como fue bautizado por la prensa nacional, inspiró una novela escrita por Luis Spota que se tituló La carcajada del gato.
Después, el dramaturgo Sergio Magaña llevó la historia al teatro en Los motivos del lobo. De acuerdo con Arturo Ripstein, fue la actriz Dolores del Río quien quiso hacer una adaptación al cine de esta puesta en escena y que, en un primer momento, el proyecto se le propuso al realizador Luis Buñuel: “Buñuel en ese momento estaba ocupado, o no tenía ningún interés en hacerla, y le dijo a Dolores del Río y a Gabriel Figueroa, que, junto con Manuel Barbachano, eran los productores, me llamaran a mí”, aseguró el cineasta.
“Fui a verlos y les comenté que, en lugar de hacer La carcajada del gato, de Spota, o la obra de teatro de Magaña, me iría a la hemeroteca y sacaría la historia original, que prefería hacerlo en esos términos y me dijeron que sí”, apuntó Arturo Ripstein. Relató que pocos días después se encontró con José Emilio Pacheco en Churubusco, quien era su amigo, y le propuso colaborar en la escritura del guion: “Muy generosamente aceptó”.
¿Cómo fue la colaboración con José Emilio Pacheco? — se le preguntó a Ripstein—. “Nos pusimos a trabajar en los términos que había propuesto, que era ir a hemerotecas, todas las posibles, y sacar todos los datos de ahí. Empezamos a trabajar juntos y en una colaboración francamente divertida. Trabajar con José Emilio era realmente un placer enorme, un gozo en serio. No era nada más aludir a su competencia, sino era muy divertido trabajar con él.
“Estuvimos varios meses haciendo el guion y era un viernes sí y un viernes no cuando teníamos reuniones en Clasa Films, para la lectura del guion. Nos íbamos a comer normalmente a la calle de Palma, al Casino Español, donde José Emilio verdaderamente comía como si no hubiera un mañana y de ahí salíamos con una leve intoxicación a los Estudios Churubusco para ver los avances del guion”.
Para Ripstein la cinta representa su madurez como cinesta y además fue la que comenzó a cambiar el rumbo del cine mexicano: “Las anteriores eran balbuceos sin duda, dificilísimas de hacer. Es como si fuera el primer paso realmente a un cine serio, bien estructurado, con un buen oficio, oficio que a mí me llena de orgullo, y que ha tenido buena recompensa a tantos años de su estreno, cosa que no ocurre con todas las películas”.
A medio siglo del estreno del filme y por qué continúa estando tan presente el realizador reflexionó: “Hay películas que resisten el paso del tiempo con donosura, espero que sea el caso de El castillo de la pureza, y hay otras que fueron fundamentales en algún momento y que revisadas tiempo después sus valores se desvanecen. Es una cosa muy extraña. ¿A qué se debe? No sé”.
Abre la puerta a nueva oleada de cineastas mexicanos
El 10 de mayo de 1973 se estrenó en el cine Diana, ubicado sobre Paseo de la Reforma, El castillo de la pureza, película que dio el banderazo de una época que marcó la historia del cine en México, pues le dio la bienvenida a una nueva oleada de jóvenes directores como Felipe Cazals, Gonzalo Martínez, Jaime Humberto Hermosillo, Jorge Fons y, por supuesto, Arturo Ripstein.
José Antonio Valdés Peña, experto en cine, explicó a La Razón que El castillo de la pureza es una de las películas punta de la reestructuración del cine mexicano, que se planteó bajo el régimen de Rodolfo Echeverría, quien, de acuerdo con el especialista, “armó un buen plan para el cine de producción estatal y que estuviera completamente protegido y apuntalado para que todo funcionara”.
“Teniendo Echeverría el control del Banco Cinematográfico, movió los hilos en COTSA, la Compañía Operadora de Teatros, que era la que en aquel momento administraba la mayor cantidad de cines del país, para que El castillo de la pureza se estrenara en una sala de estreno importante”, detalló Valdés Peña.
El experto apuntó que de inmediato el público respondió positivamente a la película, pues en la época no se acostumbraba a ver largometrajes con la calidad y la propuesta fílmica de El castillo de la pureza: “Ahora, la película es un clásico y pasa continuamente en la televisión. Se proyecta en la Cineteca o la Filmoteca de la UNAM y la gente corre a verla”.
Sorprendió la cantidad de gente que la vio en sus primeras semanas de estreno cuando “pone en jaque al gran personaje del cine mexicano, que es la familia. Yo creo que la gente se ve reflejada en ella”, concluyó.