Tuvieron que pasar dos super producciones, dejando en el camino la participación con innecesarios apuntes a la comedia bobalicona de Marlon Wayans, el desangelado protagonismo de Channing Tatum, así como la desesperada estrategia de asegurar la continuidad reclutando a Dwayne Johnson y Bruce Willis; para que esta franquicia por fin entregara en “G.I. Joe: Snake Eyes” un espectáculo estructurado y con cierta identidad, que a final de cuentas es lo único que se pide.
Para ello sólo han tenido que entender la naturaleza de uno de sus personajes más emblemáticos y tomarse el tiempo para desarrollarle dentro de una historia de origen acorde a la misma, concentrándose en el drama personal que sostiene el show, pero manteniendo las convenientes conexiones con el conflicto global que involucra a G.I. Joe y Cobra, para abrir la puerta a lo que sin problemas podría funcionar siguiendo el mecanismo interconectado del Universo Marvel.
De esta forma nos encontramos con una aventura que retoma y le da un aire explosivo a la vieja visión occidental de los misteriosos mercenarios antítesis de los samurai, esa que los llevaba a deambular entre los santuarios y las grandes urbes, al estilo de la que quizás sea la mejor película al respecto, “Revenge of the Ninja” (1983), protagonizada por Sho Kosugi.
Esto siguiendo los lineamientos acostumbrados por los clásicos ochenteros del cine de artes marciales, es decir: con la tragedia infantil sirviendo de punto de partida, el deseo de venganza como motor, el resentimiento amenazando un antiguo clan Ninja, además del respectivo enfrentamiento con una serie de pruebas que entre lo místico y lo mundano habrán de forjar al guerrero.
El planteamiento de base es predecible, pero en contraste la trama va jugando con las motivaciones de los personajes para ir trastocando una y otra vez amistades, lazos familiares y aparentes alianzas, lo que permite que los dos protagonistas —Snake Eyes y Storm Shadow— adquieran mayores dimensiones, estableciendo con claridad su retorcida relación, y terminando por llevarles un poco más allá del estereotipo, pues ninguno es completamente virtuoso o malvado.
Esto último se lo reservan para secundario como la Baronesa y Scarlett, quienes se alimentan del espíritu de las viejas series animadas, proyectando así cierto encanto en la simpleza de sus reacciones.
Por supuesto, las secuencias de acción son el atractivo principal, algunas desarrolladas en muelles y bodegas con peleas cuerpo a cuerpo al estilo más artesanal, otras con persecuciones trepidantes dando rienda suelta a los recursos digitales, así como las que nos recuerdan a películas de Serie B protagonizada por Chuck Norris y compañía, teniendo como escenario azoteas con luces neón que sirven de telón de fondo.
Finalmente, la propuesta no escapa a ciertos lugares comunes y llega a estirar de más las convenciones, sobre todo en lo que se refiere al uso de cierto objeto de poder cuyo alcance y uso varía sin demasiado sentido, además de lo abrupto del cambio de actitud en uno de los personajes que resulta clave para empujar la aventura.
Sin embargo, son detalles menores ante el resultado general de “G.I. Joe: Snake Eyes”, un vehículo que a pesar de no tener mayores pretensiones que el entretenimiento, mantiene afinado la maquinaria y la tensión en todo momento, dejando la puerta abierta para un más que atractivo y satisfactorio reinicio de G.I. Joe.