Ghostbusters: Apocalipsis fantasma, largometraje que llega hoy a los cines de México, es uno de esos pocos ejemplos de cómo una película rutinaria y que deambula en el límite del desastre, se sostiene apenas, gracias a la combinación de un mínimo de oficio, mucha nostalgia, el cariño que se le tiene a los viejos personajes y, sobre todo, aprovechando lo bien que se sustentaron los nuevos en su muy superior predecesora.
Desde un principio resulta un agradable encuentro ver qué es lo que ha pasado con la familia Spangler, quienes ya asumen por completo su labor de resolver emergencias sobrenaturales, manejan a toda velocidad el legendario
Ecto 1 persiguiendo y capturando espectros, y han reactivado la antigua estación de bomberos, mientras los originales integrantes del equipo, supuestamente retirados, siguen involucrados con el desarrollo de las investigaciones y terminan ayudándolos a la hora de enfrentar una nueva y maligna entidad arcana.
Sin embargo, el problema de esta entidad maligna, en realidad no es nada “nuevo”, es algo que ya hemos visto, sólo con otro nombre y apariencia, con un poder que manifiesta al sumergir en un devastador escalofrío a la Ciudad de Nueva York, aspectos que poco a poco pierden el sentido, porque surge la pregunta: ¿para qué habría de necesitar un ejército fantasma?
Es una lástima que además, alrededor de lo mencionado con respecto a los personajes, quienes representan el mecanismo básico de la aventura, lo único que hagan es apuntar a los lugares comunes al tocar con tibieza el proceso de consolidarse como una familia buscando el equilibrio entre lo permisivo y lo estricto a la hora de educar a adolescentes, amén de que las participaciones de los actores veteranos de la franquicia, la mayoría de las veces sean un tanto desangeladas y se queden en lo anecdótico.
Quizás la única que tiene cierto desarrollo es Phoebe, la chica protagonista que pese a su innegable capacidad en el terreno de la ciencia, debe afrontar las restricciones de su edad y el subsecuente sentimiento de incomprensión que la lleva a establecer una peculiar relación. Sin embargo, su función como detonador de la gran amenaza nunca se sustenta. Además, el descubrimiento y elaboración de las estrategias y herramientas que servirán para detenerla se precipitan en secuencias cliché ejecutadas con muchos descuidos.
A pesar de lo anterior, sí hay simpáticas referencias al resto de la franquicia, se arrojan conceptos entrañables sobre la explicación de lo que pasa después de la muerte y hay algunos momentos que celebran, tanto a los antiguos cazafantasmas como a los nuevos, pero, a diferencia de Ghostbusters afterlife, Frozen Empire —o Apocalipsis Fantasma por su desafortunado título en español—, esta vez dirigida por Gil Kenan —Monster House (2006)—y con Jason Reitman, reservándose el papel de productor y coguionista, apenas le alcanza para salvarse de la quema y ser algo entretenida, dejando con pocas ganas de seguirlos viendo en la pantalla grande.