Destaca la habilidad con la que el director Neil Blomkamp logra la trepidante comunión entre la adaptación de la historia de la GT Academy, la cual impulsada por Sony Computer Entertainment y Nissan en 2008 empezó a buscar convertir a jugadores de “Gran Turismo” en pilotos profesionales, y la experiencia que ofrece en el mundo de las consolas dicha franquicia creada como un simulador de carreras y que se convirtiera en la más popular del género.
Para ello el otrora responsable de títulos ciertamente con mucho mayor complejidad a nivel historia y propuesta cinematográfica como “Sector 9” (2009), se toma las libertades necesarias para ajustarlo todo dentro de la fórmula de las producciones deportivas inspiracionales, cuyos lineamientos sigue sin reticencias, con convicción y total conocimiento de causa.
Es eso precisamente lo que le permite sacar el mayor provecho en favor de un bólido fílmico que poco se detiene en los pits a la hora del desarrollo de una trama que, salvo en el ingrediente romántico cuya evolución es intermitente y un par de momentos clave donde no explica por qué la familia del protagonista inexplicablemente brilla por su ausencia, tiene las piezas bien ajustadas para ofrecer un recorrido muy ligero en sus planteamientos, pero emocionante y explosivo cuando se trata de la acción.
Sin regodeos, incluye desde los respectivos montajes musicalizados de entrenamiento, hasta las vertiginosas secuencias con perspectivas imposibles, mientras se establece la consabida rivalidad, además del vínculo entre el mentor y alumno, y este sobrelleva la incomprensión paternal de quien ve lo que le apasiona como una pérdida de tiempo, postura que puede ser tan cuestionable como entendible dentro del núcleo familiar y con lo que muchos videojugadores se verán identificados.
Sin embargo, lo mejor es la precisión y firmeza del pulso con el que la cámara transita a la hora de mantener la tensión, teniendo como cómplice los recursos digitales con agregados animados para cuándo se está frente un videojuego materializar la sensación inmersiva de ir al volante de un auto de verdad y viceversa.
Así entonces “Gran Turismo” obedece a una estructura convencional y se guarda pocas sorpresas en lo que nos cuenta más allá del atrevimiento propio de los hechos reales a los que refiere, pero es fresca en su forma, e imparable en su afán de entretenimiento que hace efectivo con destreza rindiendo tributo al espíritu lúdico del mundo de las consolas.
Una agradable vuelta fílmica del automovilismo a las pistas de carreras, lejos de los usuales y ya algo aburridos absurdos de apostar por tirar coches del cielo o llevarlos al espacio.