Hemos tenido un periodo bastante largo en que el cine mexicano destinado para el gran público, a la hora de recurrir a fórmulas consolidadas por Hollywood y teniendo como única prioridad el impacto en taquilla, ha evidenciado sus carencias creativas quedándose en modelos y entornos artificiosos, dígase esa descarada mezcla de “Hitch” (2005) con “Cómo Perder a un Hombre en 10 Dias” (2003) y “Sabadazo”, llamada “Tod@s Caen” (2019).
Propuestas que sólo atienden a las ganancias, con poca alma y corazón, dos cosas que no solo le sobran a “La Nave” del realizador Batán Silva, sino que además le alcanzan para hacer suyos los clásicos lineamientos de las películas inspiracionales y ponerlos al servicio de una historia real sobre la empatía y profundos procesos emocionales de naturaleza universal, sin perder los necesarios vínculos con su contexto, y mucho menos la clara vocación por el entretenimiento.
El afán desprovisto de falsas pretensiones y la mirada alejada de los excesos costumbristas distingue aquí la recreación de la región michoacana que le sirve como escenario, en donde la radio y otros medios tradicionales tienen una cercanía e impacto inmediato con la comunidad.
Una dinámica que precisamente es la que en este caso activa los detonadores del camino de autoconocimiento y redención que a regañadientes inicia el protagonista, un locutor que tras su irónica e irrespetuosa fachada esconde el dolor y un serio desencanto por la vida; a partir de que una llamada telefónica le lleva a conocer a un niño enfermo, y se compromete públicamente a hacer realidad su sueño.
La propuesta inunda de optimismo la pantalla entre situaciones que de la incomodidad inicial y la tragedia que bordean sin caer nunca en el melodrama manipulador, pasan al humor agridulce que humaniza y empuja a la reflexión sobre la importancia de las cosas simples, la trampa de la condescendencia y el subestimar los sentimientos y el valor de las personas.
Todo matizando algunos arquetipos, como el del jefe que pretende aprovechar la situación para hacer negocio, y trastocando con naturalidad viejos roles de género de la mano de una comprometida y talentosa Maya Zapata —“Morirse en Domingo” (2006), “El Secreto de Selena” (2018)—.
Esto pese a que en ciertos momentos terminan por obedecer a la receta, como cuando llega un beso de innecesaria confirmación, amén de lo abrupto de algunos de los cambios de actitud que parecieran obedecer más a la convención para empujar el relato. Por supuesto se agradece la frescura por la que apuestan con la inclusión en el reparto de Pablo Cruz —“Solteras” (2019)—, quien evita los regodeos y asume con convicción el papel de irreverente atormentado.
Pero hay algo más en “La Nave”, entre la manufactura casi artesanal materializan lo extraordinario de lo cotidiano, aprovechando con ingenio objetos prácticos y vestuarios, permitiéndose sugestivos insertos animados que conectan los espasmos y regresiones del protagonista, con la mirada infantil y el entorno, para terminar delinear con toques de ensoñación y melancolía la identidad de una propuesta sencilla y encantadora y muy disfrutable.