La alteración de la forma en que se perciben los límites entre la realidad y el show, que hilvana con inquietante claridad el otrora director de propuestas de terror social tan referidas y bien logradas como “¡Huye!” (2017), tras un interesante primer tercio donde alimenta el relato con la mitología fílmica planteando a los responsables de un rancho para entrenar caballos, como los descendientes de aquel hombre que apareciera en la primera secuencia de imágenes en movimiento precursora del cinematógrafo; se diluye un tanto ante el ejercicio de género por sí mismo.
Sin embargo, es innegable que resulta sumamente sugestivo a la hora de jugar con la naturaleza del miedo que impulsa a escapar, contraponiéndolo con el efecto de asombro que obliga a mantenerse a pie firme observando aquello que sobrepasa nuestro entendimiento.
Es ahí que “¡Nop¡” encuentra su principal acierto, haciendo de las zonas áridas de California una representación de la decadencia del negocio de los protagonistas en relación con los sistemas de la industria fílmica, es decir un nuevo vistazo a los matices del sueño Hollywoodense, pero planteado como una especio de neowestern, con todo y la tendencia de este a la hibridación, incluyendo la ciencia ficción y rasgos muy específicos de la cultura pop de finales del siglo pasado.
De tal modo es que nos encontramos con la figura desromantizada del vaquero atormentado y poco comunicativo, que incapaz de adaptarse al contexto moderno, desde su montura mira al horizonte interminable. Solo que esta vez en lugar de sombrero y camisa, usa una gorra vieja y una sudadera naranja, buscando domar algo que llega de más allá de este planeta, mezclando el afán de reivindicación con otros intereses más vulgares y mundanos.
Al margen vemos a una ex estrella infantil de la televisión, que tras vivir una traumatizante experiencia en una clara referencia al caso real del chimpancé Travis que atacó y deformó a la mejor amiga de su dueña en 2009, consignado por la conductora y periodista Oprah Winfrey (no es gratuito que el nombre de ella sea mencionado constantemente en la película); buscando sacar provecho de la situación para desarrollar un insólito espectáculo.
Tal linea argumental es la que sirve de vehículo para el acostumbrado discurso crítico del director Jordan Peele (quien también se hace cargo del guion), el cual alude a las consecuencias de humanizar y transgredir la naturaleza de las criaturas, así como a los rasgos patológicos heredados por el fenómeno mediático, convirtiéndose en el elemento más terrorífico de la película. Lástima que la intensidad del desarrollo y lo escueto del personaje no permita que el asunto termine de enganchar y explotar junto con la trama principal.
Mismo caso al del realizador de intrigante personalidad, cuya aparición podría haber ido mucho más lejos en los cuestionamientos con respecto al cine como herramienta para empujar la compresión humana, y que se queda como un simple apunte.
Es por ello y lo anterior que por momentos “¡Nop!” se percibe algo desarticulada y con ciertos regodeos, pero aún así se trata de un envolvente replanteamiento de fórmulas y modelos, así como una inteligente exposición de los estímulos a los que alude el entretenimiento, dentro de un concepto estimulante vestido de retorcido desencanto.