Pese hacer suyo el poderío visual del IMAX, a Christopher Nolan no le tiembla el pulso para con base al contraste de imágenes que ilustran ese punto donde la ciencia y el arte se conjuntan, elaborar a partir de la novela "American Prometheus" el sugestivo escenario interno de "Oppenheimer", el padre de la bomba atómica, que sirve como plataforma de despegue para un relato que cual agudo vehículo que no da respiro en su recorrido siempre al borde del frenesí, entre diálogos salpicados de términos técnicos e infestados de ese irrefrenable sentido de fatalidad que acompaña cada éxito obtenido, dimensiona el ímpetu autodestructivo de la naturaleza humana.
Esto se refuerza con puntuales libertades respecto a lo que narra la investigación reconvertida en biografía por la obra original de Kai Bird y Martin J. Sherwin, relacionadas con figuras como la del mismísimo Einstein, y que sirven para redondear la exposición sobre cómo en ese afán del hombre por entender y controlar su entorno, al mezclarse con juegos políticos tan terroríficos que incluso aquí al seguir los lineamientos de incertidumbre del thriller llegan incluso a equipararse con la amenazadora sombra de la carrera armamentista, eventualmente termina por dejarle aún más indefenso ante sus propios descubrimientos.
A veces el blanco y negro no es suficiente para mantener del todo clara la temporalidad de las líneas argumentales, las cuales van y vienen entre situaciones que empujan cuestionamientos morales mientras narran el proceso de creación del arma que marcaría el final de la Segunda Guerra Mundial y el juicio hacia el responsable de ello, pero la potencia del desarrollo de la trama es suficiente para no perder la atención en lo que pasan lo que no son sino fugaces parpadeos.
Por su parte, Cillian Murphy, en el protagónico se muestra calculador entre la genialidad y la fragilidad para construirse una fachada enigmática, mientras Robert Downey Jr. hace transiciones donde se asoma sutil la arrogancia que habrá de hundirle en sus propias manipulaciones.
Ambos brillantes, aunque lo cierto es que a Gary Oldman con todo su oficio y maestría acostumbrada, le bastan unos cuantos minutos en pantalla para ponerse a la altura de la interpretación de los protagonistas y quedarse en la mente del espectador como el eco de una carcajada sardónica.
Estamos ante un drama expiatorio intenso, que sin dejar de mostrarse íntimo y contenido cuando es necesario, es contundente en lo global y profundo en su amarga reflexión que no permite escape alguno, ni siquiera como estilizado espectáculo.
"Oppenheimer", que ya se estrenó, es una de las mejores producciones del año y vuelve a colocar a Christopher Nolan en lo más alto del panorama fílmico.
La indispensable de la cartelera tanto para el público en general, como para quien busca algo más que entretenimiento en el cine.