Estreno en cines de México

"Rápidos y Furiosos 9": ¿Vale la pena la última entrega o la saga ya debería morir en paz?

"Rápidos y Furiosos 9" es un espectáculo que repite sus mismos chistes y raya en el aburrimiento; su factor nostalgia produce un melodrama con humor involuntario

"Rápidos y Furiosos 9" se estrena en cines de México
"Rápidos y Furiosos 9" se estrena en cines de México Foto: Especial

Sabemos que con la saga “Rápidos y Furiosos” sólo hay dos consignas claras. La primera es que, para encontrar la solución a cualquier problema, por más grande que este sea, los autos siempre deben convertirse en la herramienta principal. La segunda es que todo debe estar sustentado en la reivindicación de la familia, bajo una visión muy particular, por cierto.

Ahora, con “Rápidos y Furiosos 9” se suma una tercera, la cual dicta que, al igual que en el universo de los cómics de Marvel, ningún personaje debe permanecer muerto durante mucho tiempo.

Fotograma de "Rápidos y Furiosos 9"
Fotograma de "Rápidos y Furiosos 9" ı Foto: Especial

Sabemos que aquí no se puede pedir verosimilitud y mucho menos pensar en que tenga algún tipo de profundidad en su discurso. Sin embargo, hasta los absurdos cinematográficos requieren mecanismos básicos para funcionar al menos como mero entretenimiento, algo que en “Rápidos y Furiosos 9” sucede a medias y eso gracias a que el director Justin Lin, aunque ya no tiene ideas, sí mantiene el pulso para conducir en línea recta.

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Y es que a pesar de que al hurgar de nueva cuenta en el pasado de su protagonista —Vin Diesel, ya totalmente consumido por su papel— buscan mantener el factor humano ante el avasallador despliegue de fuegos artificiales en pantalla, que ciertamente lucen de maravilla en IMAX, termina siendo sólo un melodrama entre padres e hijos, plagado de lugares comunes.

Estos lugares comunes les sirven para encaminarse a una salida tramposa, la cual además han utilizado ya en demasiadas ocasiones, con el afán de terminar de ubicar al antagonista en turno, interpretado esta vez por un apenas funcional John Cena, dentro de su universo de neumáticos, motores y carrocerías, que estallan por los aires o permanecen intactos, según les convenga para el show.

Por si fuera poco, dicha línea argumental pareciera transitar por su cuenta, mientras las trepidantes secuencias de acción, plagadas de tiroteos, persecuciones y maniobras imposibles, se alargan interminables en paralelo sin que la amenaza representada por un dispositivo capaz de poner en jaque a los sistemas mundiales de seguridad —sí, otra vez— llegue a lucir como tal, pasando de la emoción a lo cansino.

Lo mismo sucede con los toques de humor, incluso en los momentos cuando la película pretende reírse de sí misma, que resultan menos graciosos que la ridícula secuencia en donde cambian las calles por parajes digamos “inusuales “, recordándonos que con esta saga todo es posible.

Claro, después de tantos años si algo funciona con esta saga, eso es el factor nostalgia, combustible del cual depende cada vez más este vehículo, cuya naturaleza prácticamente obedece a la de una atracción al estilo de los parques de diversiones, y pareciera estar destinado al humor involuntario.

Denles otro par de entregas y estarán muy cerca de parodias como “Tom y Jerry: The Fast and the Furry” (2005). Porque, al paso que vamos, no sería sorpresa que lo siguiente sea mezclar autos con dinosaurios —al estilo de ese cómic ochentero titulado “Cadillacs & Dinosaurs”—, total: la franquicia de “Jurassic World” también es de Universal Pictures. Eso sí que serían universos interconectados.

“Rápidos y Furiosos 9”, que llegó a los cines de México, no engaña a nadie, es espectáculo por el simple espectáculo, pero aunque mantengas el acelerador a fondo, no cambia que el apostar, sólo por repetir el chiste —que de por sí es simple— una y otra vez, raya en el aburrimiento.

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