Vaya entrañable mirada a la discapacidad auditiva la que nos ofrece el director Diego del Río con su película Todo el silencio, presentada en la edición 21 del Festival Internacional de Cine de Morelia, la cual se encamina ligera tras los pasos de una joven actriz que comienza a perder el oído, para recordarnos que la realidad sin sonidos que llevan muchas personas no es un mundo aparte, sino el mismo en el que estamos todos y hay que atender a ello.
Por supuesto destaca lo elaborado y cuidadoso del diseño sonoro que eventualmente, y con un claro sentido dramático, va desarticulando el entorno de la protagonista ubicado en un sector social específico para no concentrarse en las dificultades económicas sino en las cuestiones de convivencia, a través de situaciones muy específicas y cotidianas donde se conjugan el lenguaje de señas con la comunicación oral, dejando entrever por momentos el desconocimiento y los prejuicios que existen acerca de la sordera incluso en aquellos que también la tienen, y que igual salen a relucir ya sea en el trato de quienes atienden un café o un restaurante, que en reuniones de amigos o discusiones de pareja.
La trama se sostiene además con el minucioso trabajo del elenco encabezado por Adriana Llabres —Emboscada (2022), El Sueño de Ayer (2022)— y Ludwika Paleta —Rumbos Paralelos (2016), ¿Quieres ser mi hijo? (2023)— quienes no sólo se muestran comprometidas y respetuosas al replicar rasgos y voces, sino que apuestan por la sutileza hasta en los momentos más intensos en que la protagonista vive el proceso de despedirse de aquello que sentía seguro en su vida, dejando de lado cualquier tipo de aspaviento, lo cual redunda en una propuesta alejada de los lugares comunes y tan refrescante como emotiva e inteligente.
Todo el silencio es pues una película que por su enfoque quizás omite algunas implicaciones con respecto al tema y por lo mismo tampoco es demasiado arriesgada, pero aun así es redonda en términos generales, posee una innegable trascendencia y empuja a la reflexión a través de la empatía inmediata que consigue y la pulcritud de su manufactura, manteniéndose digerible y entretenida, lo cual seguro jugará a su favor a la hora de buscar alcanzar el gran público, al que seguramente además le resultará atractiva la participación en papeles especiales de las siempre interesantes Diana Bracho —Las Poquianchis (1976), Entre Pancho Villa y una Mujer desnuda (1995)— y Arcelia Ramirez —Así es la Vida (2000), La Civil (2021)—. Es de ese cine que sin recurrir a un gran aparato comercial le hace bien a nuestra industria enriqueciendo la oferta en la cartelera.
AM