Luego de lo polémico que resultó el Episodio VIII: Los Últimos Jedi (2017), en donde con el afán de ir en contra de la enorme cantidad de teorías desarrolladas por los fans con respecto a lo que podía suceder, dieron al traste con la premisa sobre la que habían sustentado esta nueva trilogía, J. J. Abrams retoma los controles con el objetivo de rescatar lo que parecía hundirse irremediablemente y en términos generales, Star Wars: el ascenso de Skywalker, lo consigue.
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Concentrándose en una sola línea de acción, conservando el sentido de aventura, sin dar demasiados rodeos, y saltando entre distintos escenarios, es que acomoda las piezas, retoma los objetivos originales, además de que deja en claro el conflicto de los protagonistas y la relación entre ellos. Una Rey intentando completar su entrenamiento Jedi, un Kylo Ren empeñado en conseguir que ella se le una, ambos cargando con una batalla interna que habrá de definir quienes son y de qué lado están, mientras el Emperador, que ha estado moviendo los hilos, resurge junto con una armada capaz de aplastar a las fuerzas rebeldes.
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Es sobre estos lineamientos que se construye un “nuevo-viejo” recorrido para nuestra heroína, pues aunque tal y como lo hiciera Luke en su momento, ella debe verse las caras con su propio lado oscuro y separarse de aquellos que hasta ahora le habían acompañado, su camino va en paralelo al de su contraparte, con quien mantiene un lazo indisoluble, que será determinante a la hora de revelar su verdadera naturaleza, dentro de un escenario que culmina en varios frentes, al más puro estilo de el Episodio VI: El Regreso del Jedi (1983). Por supuesto están las respectivas revelaciones en lo que a la conexión de los personajes se refiere y algunos momentos que rayan en lo cursi —algunos totalmente innecesarios—, además de una enorme cantidad de referencias y cameos que harán las delicias de los viejos seguidores del Universo creado por George Lucas hace más de 40 años.
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Queda claro que al igual que en el Episodio VII: El Despertar de la Fuerza (2015), la apuesta nuevamente fue retomar la fórmula vista en la trilogía original, lo que por otro lado hace que la trama resulte un tanto predecible, redundando en un primer tercio con pocas emociones, pese a la gran cantidad de situaciones que plantea, pero en general la película tiene un trayecto entretenido y mantiene la claridad en las motivaciones, entrega momentos entrañables y hace funcionar los toques de humor que afortunadamente no son muchos. Destaca que, contrario a lo acostumbrado, evita la música de fondo en la gran confrontación entre los dos protagonistas, adquiriendo así cierta crudeza, además del interesante y llamativo juego en el que se mezclan los espacios cuando estos conectan a larga distancia y cómo esto se vuelve clave para la conclusión, el significado de los sables de luz que vuelve a tener peso, la evocación e inquietud que recuperan para la postal final, y el que haya un mayor cuidado y sentido en la reaparición de algunos de los personajes más queridos.
Así pues, Star Wars the Rise of Skywalker—por su título original—, aunque no es el final épico que merecía, algo muy difícil de conseguir a estas alturas, logra poner algo orden dentro del desastre que le precedía, para reconciliarse con la saga y entregar lo que como dijeran por ahí, es un final y basta.
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