El encuentro entre Martin Scorsese y Fran Lebowitz, quienes, con todos los méritos del mundo, se han convertido en cronistas por excelencia de Nueva York, da como resultado “Supongamos que Nueva York es una ciudad”, una charla en formato de miniserie documental que, cuál platillo que se cuece a fuego lento, encuentra en los contrastes del mosaico de sabores el camino para ofrecer un mustio pero delicioso homenaje a la que también es conocida como la Ciudad de los rascacielos.
La agudeza irónica y al mismo tiempo encantadora de la escritora y humorista Fran Lebowitz —“Metropolitan Life” (1978)— con todo y sus contradicciones, como cuando señala la indiferencia de los ciudadanos que transitan sin ver a nadie y con la cara metida en sus celulares, lo cual también resulta un discurso anacrónico tomando en cuenta que lo mismo se decía hace décadas cuando la gente deambulaba con sus audífonos y sus walkman —quizás ya deberíamos de entender que a la gente no le gusta mirar y sonreírle a desconocidos— para luego enfatizar su postura como alguien a quien no le gusta interactuar ni siquiera con quien se le acerca en la calle para preguntarle alguna dirección; aporta la materia prima ideal para que Martin Scorsese haga alarde de una elegancia y enorme lucidez a la hora de ir ilustrando los distintos pasajes, para dimensionar la relación de amor odio que establecen las personas con la ya mencionada urbe estadounidense que habitan.
Incluso aunque, al ponerse frente a la cámara, el director termine convirtiéndose sólo en una comparsa que se ríe con el más mínimo pretexto, caso contrario a lo que sucede con la participación de su colega Spike Lee —“Malcolm X” (1992), “El infiltrado del KKKlan” (2018)—, quien como entrevistador da pie a una gran parte de los mejores momentos; esto lo compensa y con creces, al estar detrás de ella.
El también responsable de joyas fílmicas como “Taxi Driver” (1976) y “Toro salvaje” (1980), vuelve a hacer alarde de su innegable maestría y elegancia, al darle forma al peculiar camino que recorren las anécdotas cotidianas con referencias que van del conductor de autobús, pasando por “Ricardo III” y hasta llegar al mesero del restaurante o los mosaicos con perros de una exposición en el subterráneo; para convertirse en lúcidas declaraciones sobre la naturaleza del talento, el comercio del arte, las brechas generacionales o el significado que se le puede dar a un libro.
A veces se presume más incómoda de lo que realmente es, pero se trata de una divertida e interesante reflexión sobre el punto de encuentro entre lo intelectual y lo mundano con el espíritu neoyorquino, impregnándolo todo, además de ser, para quienes no le conozcan, un efectivo vehículo para descubrir la fascinante personalidad de la ya mencionada Fran Lebowitz.
“Supongamos que Nueva York es una ciudad” consta de siete episodios y ya está disponible en Netflix.