Ya sabíamos que el carisma y desenfado del otrora baterista de Nirvana es directamente proporcional a su enorme capacidad para reírse de sí mismo, tal y como se puede ver en el videoclip de Learn to fly, donde junto con el resto de los integrantes de Foo Figthers se hizo cargo de los roles masculinos y femeninos, o el de Long Road to Ruin, que se presenta como una estilizada parodia de las telenovelas estadounidenses.
Pero ahora, contando con la complicidad del director BJ McDonell -Hatchet III (2013), Slayer: The Repentless Killogy (2019), Dave Grohl -quien aquí se hace cargo del guion y de encarnar al personaje principal-, demuestra que dichos rasgos también le alcanzan para hacer funcionar una propuesta fílmica que ciertamente no es otra cosa que un “churro”, pero uno muy bien hecho.
La trama gira alrededor de un puñado de músicos interpretándose a sí mismos en pleno proceso de realización de su nuevo disco, el cual habrán de terminar en una casa embrujada que hará de estudio de grabación. Los ingredientes son obvios y más que suficientes para darle forma a una delirante comedia de terror que no niega los lugares comunes, sino que los asume y sin reparos se apunta en la línea de aventuras tipo Kiss Meets the Phantom of the Park (1978).
Eso no es novedad, sin embargo, el asunto es que aquí además aprovechan con inteligencia los estereotipos del “rockstar” y sus tormentosos procesos creativos, para darle sentido a situaciones dentro del género que normalmente quedan en el aire, tales como el por qué las víctimas siempre permanecen en el lugar a pesar de las manifestaciones sobrenaturales y que uno de los implicados empieza a comportarse como demente, o el que sigan con lo suyo y sin llamar a la policía a pesar de que aparecen los respectivos cadáveres, y no muy discretamente que digamos.
Otro punto a favor, es que a pesar de que la película para nada busca tomarse en serio, eso no implica que la manufactura sea descuidada, por el contrario la cámara es efectiva en sus encuadres y recorridos, sin abusar de las atmósferas oscuras, permitiéndose uno que otro alarde técnico, mientras apuesta por los recursos digitales y los efectos especiales prácticos según se requiera, para entregar secuencias insólitas o tan sangrientas como absurdas.
Es una lástima que curiosamente, no mantenga una de las reglas básicas del subgénero, específicamente el que cada muerte debe ser más excesiva que la anterior, lo cual, aunado a que un par de escenas trascendentales, tropiezan en la ejecución y que la revelación final no es llevada hasta sus últimas consecuencias, provoca que el concepto pierda algo de aire hacia la parte final.
Pero, pese a estos detalles, Terror en el Estudio 666 responde y con creces a sus pretensiones, jugando a asustar entre la autoparodia plagada de referencias a otras bandas de rock y a la cultura pop de los 90s, con todo e invitado especial que da pie a uno los mejores chistes.
Se trata pues de un divertido vehículo de mero entretenimiento con aire a serie b que por supuesto hará las delicias de los fans de los Foo Fighters, además de que al público no iniciado le resultará de menos divertida.
KR