Si bien la desfachatez que el director Taika Waititi —Jojo Rabbit (2019)— le imprimió a la unión, entre el protagonista y el irascible Hulk, fue la clave para que por fin funcionara la franquicia del Dios del Trueno, Thor Ragnarok (2017) no dejó de mostrar serias inconsistencias.
Lo anterior, quizás debido a los lineamientos del estudio o al tener que ceñirse a las necesidades del evento fílmico en el que se encontraba inmersa, como la conclusión de la Fase 3 del Universo Marvel —Avengers: Infinity War (2018) y Avengers: Endgame (2019)—. La película se traicionaba a sí misma al tomarse, por momentos, demasiado en serio, evidenciando los diferentes cabos sueltos, que si se hubiera recargado por completo en la sátira, hubieran pasado a segundo término.
Afortunadamente en esta ocasión, con Thor: Amor y Trueno, teniendo vía libre en cuestiones creativas, el también responsable del mockumentary What We Do in The Shadows (2014) decide, más para bien que para mal, llevar hasta sus últimas consecuencias lo que antes habían quedado sólo como simpáticos apuntes. Saca provecho una vez más de la tendencia que hoy marca el paso del entretenimiento, la autorreferencia, es decir, teniendo como principal materia prima aquello que marcó a quienes nacieron en los años 70 y pasaron su infancia y adolescencia a finales del siglo pasado.
Waititi nos presenta esta cinta como una Space Opera contemporánea musical, con el espíritu de la adaptación de Flash Gordon (1980) impregnado en el aire, equilibrando la nostalgia con la vitalidad de la actual cultura pop.
Con la necesidad de autodescubrimiento del Hijo de Odín como punto de partida, elabora una odisea para llevarlo, a través del Universo, hasta enfrentar a quien ha sido catalogado como el Verdugo de Dioses, con el consabido amor trágico incluido y alimentado por comedias románticas en línea de When Harry Met Sally (1989) y Mad About You (1992-1999).
Por supuesto, los excesos que se burlan del concepto del superhéroe y el arquetipo tradicional del guerrero de corte fantástico están a la orden del día, yendo de las poses y las frases de batalla, hasta un incómodo paralelismo entre la relación de los protagonistas con sus armas. Son precisamente este tipo de chistes los que coquetean peligrosamente con el ridículo, pero la convicción de la aventura, el dinamismo del desarrollo y la claridad para irle dando forma al drama de fondo—adaptado de la saga en cómic The Mighty Thor (2015)— , logra mantener los límites con el humor involuntario. Además, redunda en una reflexión sobre el tiempo invertido en los seres queridos.
Claro, todo esto va revestido de la estridencia neón del glam rock, que combina a la perfección con la imaginería explosiva de los escenarios cósmicos mitológicos, planteados dentro de la absurda realidad donde conviven deidades de distintas culturas, encabezadas por una versión esperpéntica de Zeus, que alude a los viejos peplums de bajo presupuesto —Sanson y Dalila (1949) y Hércules (1959)—. La cinta queda bien establecida y lista para utilizarse en futuras producciones de Marvel.
La sencillez con la que se retoma el origen en papel del villano —Thor: Dios del Trueno (2013)— y el tiempo que invierten en plantear sus motivaciones, le dan solidez convirtiéndolo en un efectivo detonador para la trama y un buen contraste en el tono; sin embargo, es por estas razones que también da la sensación de que sus posibilidades y trascendencia como personaje no son aprovechadas lo suficiente, por lo cual funciona en el conjunto, pero se queda corto en lo individual.
Lo mismo sucede con la narración en voz en off de Korg, quien a pesar de que entrega algún par de graciosas ocurrencias y es parte de lo que sostiene la estructura, le resta empuje al relato en algunas transiciones debido a su simplona candidez.
En fin, dicho lo anterior queda claro que la película Thor: Amor y Trueno no es perfecta, pero sí mucho más consistente que su predecesora, esto gracias a su atrevida socarronería que no engaña a nadie y cumple lo que ofrece.
Se trata de un satírico y extravagante pasaje con mucho corazón ochentero, los riffs de salvajismo estilizado de la legendaria banda Guns N’ Roses por doquier, y un Dios del Trueno más irreverente y divertido que nunca. El esperado largometraje se puede ver a partir de hoy en salas de cine de México.